El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite!Salmo 18:2.
Lectura: Salmo 18:1-50. Versículo del día: Salmo 18:2.
MEDITACIÓN DIARIA
Tenemos que aprender a
invocar al Señor, igual que lo hacía el rey David. No podemos dejar que las
aflicciones nos cojan y nos den tres vueltas; y no porque tengamos cargas
pesadas olvidarnos del único que nos puede sacar a flote. Tenemos en Cristo, el
mejor refugio para resguardarnos: “En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi
Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos!” (v. 6).
Así no lo creamos Él sí nos escucha y está pendiente. Si nosotros no somos
fieles, Él sigue siéndolo; su fidelidad es inmutable: “Tú eres fiel con quien
es fiel, e irreprochable con quien es irreprochable; sincero eres con quien es
sincero, pero sagaz con el que es tramposo” (vv. 25-26).
La verdad es que si estamos
haciendo las cosas bien podemos recurrir siempre al Único que saca la cara por
nosotros. Al que está listo a tendernos su mano y sacarnos adelante; al que nos
revindica. ¡Pero mucho ojo! Al Señor nadie lo engaña y cuando se hacen las
cosas mal queriendo engañar a los demás dice el dicho: ‘arriba está quien abajo
mira’. El Señor es sagaz y le sale adelante al tramposo. No nos preocupemos por
el que nos hace mal; en las batallas difíciles tenemos quien pelee por
nosotros. Esto fue lo que David vivió con el rey Saúl quien por desobediencia
perdió el trono y se fue contra David buscándolo siempre para matarlo. Al final
la victoria dirigida por la mano de Dios, le dio el triunfo a David su siervo.
¡Gracias mi Señor
porque Tú vives! ¡Alabado y exaltado seas por siempre Roca mía! Eres mi Dios y
mi Salvador. Gracias por ser mi más alto escondite; el peñasco en el que me
refugio. Gracias porque sales adelante enfrentando a nuestros enemigos y
levantándonos para ponernos victoriosos.
Un abrazo y
bendiciones.
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