miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mi Dios nunca me dejará




¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré.  ¡Él es mi Salvador y mi Dios!  
 Salmo 42:11.


Lectura: Salmo 42:1-11.  Versículo del día: Salmo 42:11.

MEDITACIÓN DIARIA

¡Cuántas veces he pronunciado las mismas palabras al Señor!  En verdad, no han sido ni dos ni tres, han sido muchas más.  Y tengo que confesar que lo he hecho, después de recapacitar y pensar que nada logro con preocuparme. Diría yo más bien, que ha sido el bendito Espíritu Santo quien  ha objetado  mi desconfianza y me ha hecho reconocer que como dice el Proverbio: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza” (Proverbios 24:10).
Pero no nos digamos mentiras, cuando estamos ante situaciones críticas por la naturaleza pecaminosa que todavía jala para su lado: dudamos, nos angustiamos y quizá hasta nos deprimimos; para completar Satán no se queda quieto, hace alarde de sus engaños y nos llena la cabeza de: “no se puede”, “eso es imposible”, “no hay nada que hacer”, etc., etc.
Pero como decía antes: gracias a nuestro Consolador por excelencia que siempre está a nuestro lado, volvemos por Él a retomar nuevas fuerzas; a mirar una luz que se enciende; a entender sobrenaturalmente que con el Señor lo tenemos todo.  El Espíritu Santo nos confirma que somos hijos de Dios y que como tales, nuestro Padre celestial, está ahí, apoyándonos y dándonos nuevamente su mano para sacarnos adelante. Y tenemos que obrar tal como dice el Salmista: “Ésta es la oración al Dios de mi vida: que de día el Señor mande su amor, y de noche su canto me acompañe” (v. 8 en la lectura).  Así es; cuando nos doblegamos y volteamos los ojos hacia quien tiene el poder para transformar lo oscuro en potente claridad, es cuando empezamos a hallar paz en el corazón.
Sí, son los momentos en que personalmente recapacito y tengo que reconocer que todas las veces que he pasado por valles de lágrimas, por desiertos áridos, el Señor ha obrado con todo su poder para que los que dudaban también no sigan preguntando: “¿Dónde está tu Dios?” (v. 3b en la lectura).

Amado Señor: Gracias por confirmarme que siempre estás a mi lado como buen Padre cuidándome, consintiéndome, y brindándome tu calor y abrigo.  Nunca me dejas porque eres fiel. Cuando dijiste: “siempre te sustentaré, siempre te ayudaré” así ha sido.

Un abrazo y bendiciones. 

No hay comentarios: