lunes, 4 de noviembre de 2013

¡Me regocijo en ti Señor!




Pero que todos los que te buscan se alegren en ti y se regocijen; que los que aman tu salvación digan siempre: ¡Cuán grande es el Señor! 
Salmo 40:16.


Lectura: Salmo 40:1-18.  Versículo del día: Salmo 40:17.

MEDITACIÓN DIARIA

¿A quienes más les corresponde alabar al Señor y exaltar su nombre, si no es a quienes le conocemos y sabemos de sus bondades?  Nosotros, los cristianos nacidos de nuevo con el Señor Jesucristo, tenemos mucho de qué estar agradecidos con nuestro Padre celestial.  Fuimos escogidos para ser santos, para tener derecho a la vida eterna y para llevar su mensaje a los que no le conocen.
Últimamente he recapitulado mi vida y tengo que reconocer el gran amor del Señor por mí. Definitivamente, yo pienso y le doy vueltas a mi cabeza preguntándome, ¿por qué me ama tanto mi Señor?  Y es que cuando retrocedo a las lluvias tormentosas que he vivido y de las cuales el Señor me ha sacado con su diestra poderosa, digo igual que el salmista: ¿quién soy yo para que te fijes en mí?  ¿Qué hice para que me tuvieras en cuenta?  Y ahí es precisamente donde más se regocija mi corazón: no hice nada para que pusiera sus ojos sobre los míos. Sin embargo…  ¡me amó tanto sin merecerlo!  No le importó morir en una cruz con tal de verme triunfante y vencedora.  Tampoco guardó en su corazón resentimiento alguno, por mi actitud pasada.  Sus palabras de “perdónalos porque no saben lo que hacen”, no fueron dichas solamente para los de su época.  Allí estábamos todos juntos, como pecadores, al otro lado del abismo y ahora solo por decirle y reconocer su obra redentora, he podido cruzar hacia el lado contrario.
Resta solamente regocijarme y alegrarme por la salvación maravillosa que me ha regalado y exclamar cuántas veces pueda: ¡Cuán grande es mi Señor! ¡Yo le quiero adorar!  Su bondad y compasión jamás se extinguirán, y cuántas veces lo necesite estará a mi lado con su amor incondicional.

Amado Dios: Me faltan palabras para expresarte mi gratitud.  ¡Eres el más precioso! ¡Eres inigualable!  Me miraste a los ojos y pronunciaste mi nombre. Con cuerdas de ternura y lazos de amor me llevaste hacia ti. ¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir!  ¡Cuán grande eres mi Señor y Dios!

Un abrazo y bendiciones.   

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