¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!Salmo 42:11.
Lectura: Salmo 42:1-11. Versículo del día: Salmo 42:11.
MEDITACIÓN DIARIA
Para muchos amigos, conocidos, familiares, e incluso cristianos
es defraudador el hecho de vernos en ocasiones pasar por desiertos áridos, y
entonces vienen las objeciones o comentarios a nuestra fe. Es difícil para el
mundo entender que nuestro Dios siendo un Dios de amor, permita que sus hijos
pasen por diferentes tribulaciones. Lo
que ellos no saben es que nuestra fortaleza viene dada por el Espíritu Santo y
que todas las aflicciones llegan como muestra de que sí estamos en las manos
del Señor. De otra manera, estaríamos
actuando igual que los demás y al final de cuentas ¿qué puede motivar al
enemigo a estorbar donde se está viviendo y haciendo lo que a él le conviene? Satanás está interesado en entrometerse en la
vida de los creyentes porque urde y urde el lado débil de cada uno para buscar
el hacernos caer. Por algo está escrito: “Practiquen
el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león
rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe,
sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de
sufrimientos” (1 Pedro 5:8-9).
No somos los únicos; la mayoría de nuestros hermanos sufren
las mismas angustias. De todas maneras
vivimos en un mundo caído y estas son sus consecuencias. Somos salvos por
misericordia y amor de Dios, pero nos enfrentamos a los mismos o peores
problemas que el resto de la humanidad. Tenemos necesidades, angustias y
alegrías; no somos infalibles y también caemos en tentación y pecamos. El cielo no va a estar lleno de justos, sino
de justificados por la sangre de Cristo.
Ante estas afirmaciones y la pregunta frecuente de: “¿Dónde está tu Dios?”, nos levantaremos
y diremos como el salmista: “¿Por qué voy
a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y
todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!”. Con eso debe bastarnos: en saber que es
nuestro Salvador y Dios.
“Ésta es la oración al Dios de mi vida: que de día el Señor
mande su amor, y de noche su canto me acompañe” (v. 8).
Un abrazo y bendiciones.
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