viernes, 13 de abril de 2012

Por siempre agradecida

Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas.
Salmo 103:3-5.


Lectura diaria: Salmo 103:1-22. Versículos principales: Salmo 103:3-5.


REFLEXIÓN


Ayer tuve cita médica con mi oncólogo y para la gloria del Señor estoy muy bien. ¡Gracias Dios por todo lo que has hecho en mi vida! En realidad al leer este Salmo tengo que reconocer la mano de mi Señor. Él es quien en verdad rescata mi vida del sepulcro y me cubre con su amor y compasión. No solo le bastó morir por mis pecados sino sanarme completamente. Me colma de bienes y en vez de permitir mi retroceso, me rejuvenece cada día. Una obra total y maravillosa como solo el Señor la sabe hacer. No a medias, porque no es un mediocre. Él es la esencia sublime de la perfección y de este modo tuvo a bien obrar conmigo. No puedo ni podría dejar de enaltecerlo “alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba alma mía al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (vv. 1 y 2).

Mi médico, extremadamente serio; más observador que hablador (ya estoy acostumbrada a ello), vestido pulcramente y como lo hacían los señores antiguamente con sus tirantas colgadas a los pantalones que le proporcionan un toque de elegancia; junto con sus canas de por sí, me dan seguridad y percibo tener ante mí, al mejor. Creo que así es porque cuando inició mi proceso esa fue mi oración: “Ponme en manos del mejor oncólogo” y por referencia de una amiga médica lo pude confirmar. Mi EPS: inmejorable; no tengo queja de ella; al contrario, le estoy altamente agradecida. Todo esto sin hablar de cómo fue mi estadía y atención en la clínica en ese momento. Estoy convencida que mi mejor Médico, mi Protector, el Señor Jesucristo todo lo tuvo completamente calculado y no olvidó ni el más pequeño de los detalles para demostrarme su amor y compasión. ¡Cómo olvidarme de mi Señor!

Como reflexión: aprendamos a ser agradecidos con Dios y con nuestros benefactores. Es una virtud que todos los cristianos debemos cultivar porque con frecuencia se nos olvidan los favores recibidos.


¡Alaba, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios! No me dejes olvidar nunca lo que has hecho por mí.


Un abrazo y bendiciones.

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