jueves, 19 de abril de 2012

No condenemos con nuestras palabras

Por mi parte, daré muchas gracias al Señor; lo alabaré entre una gran muchedumbre. Porque él defiende al necesitado, para salvarlo de quienes lo condenan.
Salmo 109:30-31.


Lectura diaria: Salmo 109:1-31. Versículos principales: Salmo 109:30-31.


REFLEXIÓN


Leyendo este Salmo de David donde le aqueja su dolor al ver la difamación de quienes lo rodean, se vuelca ante Dios con frases como las siguientes: “Con expresiones de odio me acosan, y sin razón alguna me atacan”; “Mi bondad la pagan con maldad; en vez de amarme me aborrecen” (vv. 3 y 5), he llegado a la conclusión que el corazón del hombre por su naturaleza pecaminosa siempre está dado a la crítica. Podemos ver en una persona mil cualidades y un solo defecto, y ese solo defecto opaca inmediatamente todo lo bueno que pueda tener. Creo que pasa más de lo que nos imaginamos: en relaciones de parejas, de padres e hijos, de hermanos, de trabajo, etc. etc. Y es que así no tengamos una relación directa con la persona, nuestros ojos siempre van a estar puestos ante fulanito o menganito con el ánimo de caerle y si es posible destruirlo. ¡Gracias a Dios, el Señor no nos mira de ese modo!

Como cristianos debemos voltear esa actitud, y pedirle al Señor nos cambie el corazón que es donde se forjan todos estos pensamientos porque, “de la abundancia del corazón habla la boca”; “Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado” (Mateo 12: 34b y 36). Si el corazón rebosa de amor, hablará de amor; pero si sufre de odios o rencores, de eso se sostendrá. “El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien, pero el que es malo, de su maldad produce el mal” (Lucas 6:45).

Nos queda como creyentes, como nacidos de nuevo con el Señor, cambiar nuestra actitud. Llenarnos del fruto del Espíritu y no darle cabida a los deseos de la carne que entre otros son: odios, iras, disensiones, envidias “y otras cosas parecidas” dice Gálatas 5. Inundémonos de alegría, de amor, de bondad, de paz, de amabilidad y hagamos la diferencia. Somos nuevos y el Señor nos da un mandamiento nuevo: “que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros” (Juan 13:34).


Señor: Con el poder de tu Santo Espíritu permite que nuestras palabras sean como las tuyas: de amor, bondad, mansedumbre y traigan bendición sobre los demás.


Un abrazo y bendiciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola,me llamo miguel,espero entres en mi blog y compartamos algo.besos