lunes, 23 de abril de 2012

En vez de envidia, añorar la patria celestial

No envidies en tu corazón a los pecadores; más bien muéstrate siempre celoso en el temor del Señor.
Proverbios 23:17.


Lectura diaria: Proverbios 23:1-35. Versículo principal: Proverbios 23:17.


REFLEXIÓN


La envidia es un obstáculo para las personas; no los deja progresar. Nunca van a disfrutar ni apreciar lo que poseen porque siempre están codiciando algo, que por lo general es con el ánimo de pasar por encima del otro o demostrar que se es más.

La envidia es disgusto o pesar por el bien ajeno. El Diccionario Larousse lo define como vicio de las almas viles. Sí, de las almas viles porque es allí en el corazón donde se cuecen los diferentes deseos de la carne. Desafortunadamente vivimos en un mundo lleno de rivalidades y siempre se quiere tener lo del otro, o ambicionar sus dotes, riquezas o bienes. Desgraciadamente vemos que existe en todos los estratos y estamentos sociales; yo diría que ni siquiera predicadores o pastores están exentos de este mal que carcome y causa mucho estrago.

Respecto al versículo que nos incumbe, se ve gente que no sigue al Señor y es a la que mejor le va. Es lógico que nos cuestionemos y pensemos ¿entonces, en qué estoy yo? Sin embargo, el Señor nos dice en el versículo siguiente: “Cuentas con una esperanza futura, la cual no será destruida” (v. 18). Quiere decir ni más ni menos que, por más que veamos mucho lujo, suntuosidad y riqueza en abundancia, nunca esto se comparará a la gloria venidera que nos espera. Es que ni siquiera nos alcanzamos a imaginar cómo será de esplendorosa la vida compartida en el cielo al lado de nuestro amado Señor: “Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido”; “¡Aquí entre los seres humanos, está la morada de Dios!”; “Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor”; “Resplandecía con la gloria de Dios, y su brillo era como el de una piedra preciosa, semejante a una piedra de jaspe trasparente”; “La muralla estaba hecha de jaspe, y la ciudad era de oro puro, semejante al cristal pulido. Los cimientos de la muralla de la ciudad estaban decorados con toda clase de piedras preciosas” (jaspe, zafiro, ágata, esmeralda, ónice, cornalina, crisólito, berilo, topacio, crisoprasa, Jacinto y amatista); “Las doce puertas eran doce perlas… La calle principal de la ciudad era de oro puro, como cristal trasparente” (Apocalipsis 21:2, 3b, 4a, 11, 18-19, 21). Nada se puede comparar a la que será nuestra próxima mansión celestial. Ni traficante alguno, ni los jeques más ricos del mundo podrán tener algo semejante.

Así que no dejemos que la envidia nos destruya venga de quien venga porque nuestra próxima morada será incomparable y allí solamente estaremos “aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero” (Apocalipsis 21:27b). Despertemos en los incrédulos la envidia de nuestra patria celestial, para que quieran ellos también poseerla y tener nosotros el privilegio de llevarlos a ese nuevo hogar.

Gracias Señor: Porque sé que cuento con una bendita esperanza que jamás nadie podrá destruir, con la certeza que has escrito mi nombre en el libro del Cordero y gozaré estando a tu lado por siempre.


Un abrazo y bendiciones.

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