viernes, 12 de noviembre de 2010

La abundancia es para adorar no para olvidar

Y como Dios le llena de alegría el corazón, muy poco reflexiona el hombre en cuanto a su vida.

Eclesiastés 5:20.


Lectura diaria: Eclesiastés 5:8-20. Versículo del día: Eclesiastés 5:20.


ENSEÑANZA


Las riquezas nos hacen pensar que lo tenemos todo y así no es. En realidad cuando hay abundancia y no falta nada, es difícil acordarse de Dios. Con frecuencia se nos olvida ser agradecidos y solamente en situaciones críticas es que reflexionamos y aprendemos a apreciar lo obtenido. ¡Es invaluable lo que forma el carácter del creyente las dificultades de la vida! Y no hablemos solamente del dinero, pongamos también en la balanza la salud, la paz, la estabilidad emocional y el bienestar en general. Cuando falta alguno de ellos es que los empezamos a valorar; mientras están ahí, ni cuenta nos damos y es entonces que fallamos ante el Señor porque supuestamente es lo normal. Sin embargo, Dios quiere que en toda situación le alabemos y adoremos por las bendiciones recibidas a diario. Creo que cuando Dios nos mira con tanto amor y empieza a llegar la adversidad es porque prefiere que demos un giro y volteemos los ojos al Ser Supremo quien es el dueño y dador de todas las cosas. Se puede pensar si somos necios, que eso no es amor, pero Él como buen Padre nos corrige y guía para que no nos desviemos del camino. Dios si quiere que disfrutemos del fruto de lo trabajado, porque si no, ¿para qué lo luchamos? Dice el versículo 19 que esto es un don de Dios y hay que aprovecharlo. Personalmente he aprendido a valorar hasta el último centavo que tenga en el bolsillo y por consiguiente cada vez que voy a pagar un recibo le doy gracias a Dios por tener cómo cancelarlo, al igual que por tener mi cuerpo todavía movible y mis cinco sentidos funcionando perfectamente. Otra lección que nos deja el pasar de la abundancia a la escasez es empezar a comprender situaciones de familiares o amigos a quienes antes criticábamos por “A” o por “B”, sin quizá ponernos por un momento en sus zapatos. Le pido perdón a Dios y a los que llegué a ofender de palabra o pensamiento por dejarme arrastrar de un orgullo o prepotencia mal inculcados que me llevaron a actuar despotamente. Y si te sientes aludido, ¡por favor perdóname! Ya he aprendido la lección. Señor: Gracias por concederme la gracia de encontrarme y reflexionar sobre lo que soy y para quién soy. Gracias por darme tu amor y tu perdón.


Un abrazo y bendiciones.

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