A la bestia la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyos nombres no han sido escritos en el libro de la vida, el libro del Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo.
Apocalipsis 13:8.
Lectura: Apocalipsis
13:1-10. Versículo del día: Apocalipsis
13:8.
MEDITACIÓN DIARIA
Yo todavía no he podido
identificar a la bestia, pero lo que sí sé, es que quien no
tiene su nombre escrito en el libro del Cordero, no puede entrar al cielo. Así que me parece mejor ya que
estamos en época de Navidad recordar a ese Niño que nació hace dos mil años,
que creció y vino precisamente a cumplir un propósito: la redención de la
humanidad, la cual pagó con su propia sangre. Ese mismo Niñito que en este
tiempo le estamos celebrando su cumpleaños, es el mismo Cordero de Dios
inmolado por nuestros pecados y fue el puente enviado por Papá Dios para llegar
hasta Él. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Jesús hablando con Nicodemo le decía que había que nacer de nuevo porque de lo
contrario no podría ver el reino de los cielos (Juan 3:3-8). La única manera de
nacer de nuevo es invitando a Jesús a nuestras vidas: “si confiesas con tu boca
que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los
muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero
con la boca se confiesa para ser salvo” (Romanos 10:9-10).
Hago todo este recuento
para que entiendas que sin Jesús no tienes derecho a la patria celestial; por
tanto si no lo tienes a Él como Señor y Salvador no puede estar tu nombre
escrito allí: “Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida era arrojado
al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15). Te invito para que en esta celebración
de su cumpleaños, le entregues tu vida a Jesús. Es el mejor regalo ofrecido.
Amado Jesús: Muchas gracias por enseñarme esta verdad que me dará el derecho a tener mi nombre escrito en el Libro de la vida. Hoy decido aceptarte en mi corazón como mi Señor y Salvador. Sé que moriste por mí y resucitaste para precisamente darme vida eterna Contigo. Estoy muy agradecido por tu bondad y te ruego perdones todos mis pecados. Gracias, infinitas gracias por todo lo que hiciste sin merecerlo.
Un abrazo y bendiciones.
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