jueves, 26 de octubre de 2017

¡Regalos asombrosos!

Porque las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento. 
Romanos 11:29.

Lectura: Romanos 11:25-36.  Versículo del día: Romanos 11:29.

MEDITACIÓN DIARIA

Siempre he tenido el convencimiento que jamás perderé mi salvación y hoy el Señor me lo confirma aún mucho más. Dios no cambia de parecer; siempre es el mismo. Los regalos que nos ha dado no nos los va a quitar nunca como tampoco se olvida de las personas que ha llamado. Dios no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta, lo que ha dicho lo hará y lo que ha hablado lo cumplirá (Números 23:19). De los primeros versículos que aprendí en mi vida cristiana precisamente se referían al don o regalo que Dios me hacía desde el mismo momento en que lo reconocí como mi Señor y Salvador: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios” (Efesios 2:8); y Romanos 6:23 que dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (las cursivas son mías). Salvación y vida eterna; ¿qué más puedo pedir?
Ahora qué alegría saber que eso que me dijo hace ya más de cuarenta años es irrevocable. También entiendo más que nunca que todas las cosas por las que he pasado me han ayudado para bien porque precisamente ocurrieron por ser llamada y el Señor cumplir su propósito en mí. ¡Gloria al Señor! Sí, así es: mis devocionales compartidos son prueba de ello. Diré como el apóstol Pablo: “sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Soy llamada para vivir siempre a su lado. ¡Es maravillosa su confirmación!

¡Oh Señor mío y Dios mío!: ¡Qué profundas son las riquezas de tu sabiduría y de tu conocimiento! ¡Qué indescifrables tus juicios e impenetrables tus caminos! No habrá nadie que los pueda descifrar porque están dentro de tu soberanía y poder. Solo me resta decir una y mil veces gracias, gracias, muchas gracias mi Señor por esos regalos asombrosos que me has dado sin merecerlos. ¡Te alabo, te bendigo, te doy toda la honra y la gloria porque solamente Tú la mereces!

Un abrazo y bendiciones,


Dora C.

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