lunes, 19 de junio de 2017

A mi Padre Celestial

Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 
Juan 4:23.

Lectura: Juan 4:1-26.  Versículo del día: Juan 4:23.

MEDITACIÓN DIARIA

Estas fueron las palabras que el Señor le dijo a la mujer samaritana y con la celebración del día del padre me pregunté: ¿si exaltamos al padre terrenal por qué no adorar y rendirle el mejor de los cultos a nuestro Padre Celestial? Así que este devocional es un monólogo único y exclusivo para mi Papito Dios quien eternamente ha estado a mi lado.

Papito Dios: cuando pienso en Ti y trato de imaginarme cómo eres, mi mente pasa figura tras figura pero no logro encauzar la tuya en ninguna. Es que eres tan Sublime y Majestuoso que no sabría cómo retratarte. Sé que mi entendimiento no alcanza a comprender tu aspecto de jaspe y cornalina sentado en el trono mayor y quizá desde allí mirando si este ser que creaste te satisface o si aún piensas seguirlo modelando para que pueda en el día que Tú decidas, sentarse cerca sin que desdibuje el imponente cielo con tu Hijo Amado a tu derecha y tus ángeles y santos alrededor dándote el loor que Tú mereces.
De todas maneras Padre mío, me miras y sonríes; soy una oveja más de tu manada a la que cubres con tu manto cuando está con frío y vendas las heridas cuando esta golpeada. Sé también que no siempre he pastado en verdes prados; no sé por qué se te antoja mi Señor llevarme cautiva tantas veces al árido desierto. Quizá todavía no conozco tu propósito en mi vida y tampoco entiendo que es allí en tierras secas cuando más me amas. No sería agradecida si ignorara que me has cautivado en desiertos solitarios hablándome al oído suavemente con el amor y la ternura que sólo Tú sabes entregar.
Mi vida está en tus manos; Tú me hiciste y me formaste en el vientre de mi madre y nada de lo mío te es oculto. Por eso Amado Padre, hoy rindiéndote algo de mi ser para adorarte quiero decirte que me tomes en tus brazos nuevamente, que me acunes y consientas como siempre, para proseguir por la senda ya trazada sin perder la mirada de tu rostro. ¡Ven Padre! ¡Eres mi Todo y sin Ti no tengo nada! Necesito que me cargues, que me abraces, que me arrulles y me cubras bajo tus alas abrigadas, para no helarme de frío quedando a la intemperie.

Un abrazo y bendiciones,


Dora C.

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