Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy.Deuteronomio 8:11.
Lectura: Deuteronomio
8:10-18. Versículo del día: Deuteronomio
8:11.
MEDITACIÓN DIARIA
No podía dejar pasar
esta fecha inadvertida. Nadie olvida su cumpleaños; es muy significativo en la
vida de cada persona. Pues yo, la verdad, tampoco olvido mi nacimiento
espiritual. Recuerdo que fue un 14 de abril de 1975. Si soy sincera, no sé si alegrarme
de tener tanto tiempo de haber conocido a mi Señor, o más bien de entristecerme
por no cumplir como debería, tanto amor
entregado para mí.
Creo que todos antes de
conocer a Jesús vivíamos en un desierto aunque no lo percibiéramos mucho. Y
digo que un desierto, porque en medio de la oscuridad desierta de nuestro
andar, no teníamos la luz; simplemente andábamos en tinieblas. Lo difícil es
entender y aceptar que sí estábamos en oscuridad: “Ésta es la causa de la
condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas
a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:19).
Si por más buenos que
seamos, por innumerables obras que hayamos hecho, por seguir un dogma o
doctrina, por practicar alguna religión o por no haberle hecho daño a alguien,
creemos que ya tenemos ganada la salvación, estamos completamente errados.
Solamente cuando nos inclinamos ante Dios Padre y reconocemos a su Hijo
Jesucristo como Señor y Salvador personal, podemos decir que hemos pasado de
tinieblas a la luz; de muerte a la vida. Todo esto lo digo por mi propio
testimonio: fui criada en un hogar que seguía al pie de la letra la doctrina católica.
Estudié en colegios de monjas y mucho más que eso: mi propia tía, era religiosa
de una comunidad muy nombrada en mi país. Ante todos estos hechos, me
consideraba la número uno en la entrada al cielo. ¡Cuán engañada estaba! Al fin
de cuentas ese es el trabajo del maligno. Solamente al recibir a Jesús en mi
corazón, y ver la obra regeneradora del Espíritu
Santo en mi vida, puedo decir ahora y entender que por su gracia soy salva.
Y no es que en este
nuevo camino floreciente y resplandeciente no se me hayan cruzado otros
desiertos. Sería una mentira decirlo. Pero mi Amado ha hecho que ahí, sienta su
amor más que nunca: “Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y
le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de
la Desgracia en el paso de la Esperanza. Allí me corresponderá, como en los
días de su juventud, como en el día en que salió de Egipto” (Oseas 2:14-15).
¡Sé muy bien lo que el Señor me quiere decir! ¡Gloria a Dios!
Mi Amado Jesús: Gracias
por un día, hace muchos ya, que me buscaste para llevarme de tu mano por el
único camino que me conduce a vivir por siempre a tu lado. Gracias por
recordarme ese primer amor Contigo donde hablaba sin cesar de quién eras Tú, y
sencillamente entendía tus mandatos sin cuestionarlos ni refutarlos, porque me
enseñabas con amor y bondad mostrándome tu senda para no desviarme. ¡Cuánto
cuidado has tenido conmigo dulce Jesús! ¡No quiero defraudarte! ¡Eres mi Todo
incomparable!
Un abrazo y
bendiciones.
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