jueves, 14 de abril de 2016

Eres mi Todo Incomparable!




Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. 
Deuteronomio 8:11.


Lectura: Deuteronomio 8:10-18.  Versículo del día: Deuteronomio 8:11.

MEDITACIÓN DIARIA

No podía dejar pasar esta fecha inadvertida. Nadie olvida su cumpleaños; es muy significativo en la vida de cada persona. Pues yo, la verdad, tampoco olvido mi nacimiento espiritual. Recuerdo que fue un 14 de abril de 1975. Si soy sincera, no sé si alegrarme de tener tanto tiempo de haber conocido a mi Señor, o más bien de entristecerme por no  cumplir como debería, tanto amor entregado para mí.
Creo que todos antes de conocer a Jesús vivíamos en un desierto aunque no lo percibiéramos mucho. Y digo que un desierto, porque en medio de la oscuridad desierta de nuestro andar, no teníamos la luz; simplemente andábamos en tinieblas. Lo difícil es entender y aceptar que sí estábamos en oscuridad: “Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:19).
Si por más buenos que seamos, por innumerables obras que hayamos hecho, por seguir un dogma o doctrina, por practicar alguna religión o por no haberle hecho daño a alguien, creemos que ya tenemos ganada la salvación, estamos completamente errados. Solamente cuando nos inclinamos ante Dios Padre y reconocemos a su Hijo Jesucristo como Señor y Salvador personal, podemos decir que hemos pasado de tinieblas a la luz; de muerte a la vida. Todo esto lo digo por mi propio testimonio: fui criada en un hogar que seguía al pie de la letra la doctrina católica. Estudié en colegios de monjas y mucho más que eso: mi propia tía, era religiosa de una comunidad muy nombrada en mi país. Ante todos estos hechos, me consideraba la número uno en la entrada al cielo. ¡Cuán engañada estaba! Al fin de cuentas ese es el trabajo del maligno. Solamente al recibir a Jesús en mi corazón,  y ver la obra regeneradora del Espíritu Santo en mi vida, puedo decir ahora y entender que por su gracia soy salva.
Y no es que en este nuevo camino floreciente y resplandeciente no se me hayan cruzado otros desiertos. Sería una mentira decirlo. Pero mi Amado ha hecho que ahí, sienta su amor más que nunca: “Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de la Desgracia en el paso de la Esperanza. Allí me corresponderá, como en los días de su juventud, como en el día en que salió de Egipto” (Oseas 2:14-15). ¡Sé muy bien lo que el Señor me quiere decir! ¡Gloria a Dios!

Mi Amado Jesús: Gracias por un día, hace muchos ya, que me buscaste para llevarme de tu mano por el único camino que me conduce a vivir por siempre a tu lado. Gracias por recordarme ese primer amor Contigo donde hablaba sin cesar de quién eras Tú, y sencillamente entendía tus mandatos sin cuestionarlos ni refutarlos, porque me enseñabas con amor y bondad mostrándome tu senda para no desviarme. ¡Cuánto cuidado has tenido conmigo dulce Jesús! ¡No quiero defraudarte! ¡Eres mi Todo incomparable!

Un abrazo y bendiciones.

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