miércoles, 30 de marzo de 2016

¡Hasta dónde llega tu amor!




Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 
Romanos 8:26.


Lectura: Romanos 8:18-39.  Versículo del día: Romanos 8:26.

MEDITACIÓN DIARIA

Creo que nunca entenderemos hasta dónde llegan la misericordia y el amor de Dios. Y digo que no las entenderemos porque ni siquiera sabemos las veces que ha venido el Espíritu en nuestra ayuda, y quizá por la misma circunstancia adversa en que nos encontremos, ni siquiera las hemos percibido. Y es que el Espíritu hace su cometido de manera tal, que llora por nosotros. ¡Qué bendición y qué hermosura! No sé, por qué nuestra tendencia es siempre a preocuparnos y a la vez a no confiar. Hemos visto tal vez, la mano de Dios en acontecimientos anteriores y sin embargo, nos dejamos convencer del maligno que no es así. No hay nada para nosotros los cristianos de lo que Dios no tenga el control y si pasan, Él más que nadie sabe la razón: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (v. 28).
Por otro lado también nos dice aquí la lectura que a pesar de ser como somos: débiles, desconfiados, desobedientes, olvidadizos y desagradecidos, su amor nunca se acaba, e igual entonces, su misericordia: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?”. (v. 35); “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (vv. 38-39). ¡Aleluya!  ¡No merecemos tanto!
Miremos como conclusión la profundidad de su Palabra: Estamos atribulados y no sabemos qué hacer. Sin embargo, hay alguien a quién no vemos, que está sufriendo a nuestro lado, al punto que llora pidiéndole al Padre que tenga en cuenta ese problema y que a la vez nos confirme que siempre, pero siempre, estará ahí: “Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad” (Jeremías 31:3).

Amado Papito Dios: No solo te bastó darnos a tu Hijo Jesús para que viniera a morir por nosotros, sino que además de eso, nos dejas a tu Santo Espíritu para que venga a consolarnos e interceder en momentos apremiantes.  Gracias, muchas gracias por ser tan generoso con tu bondad, misericordia y amor. Tu amor, nunca deja de ser, porque Tú mismo eres la esencia de ese GRAN AMOR. ¡Alabado seas por siempre bendito Señor!

Un abrazo y bendiciones.

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