miércoles, 5 de septiembre de 2018

Desde mi juventud te conozco, Tú desde siempre


Tú, Soberano Señor, has sido mi esperanza; en ti he confiado desde mi juventud. 
Salmo 71:5. NVI.

Lectura: Salmo 71:1-24.  Versículo del día: Salmo 71.5.

MEDITACIÓN DIARIA

Es hermoso saber que desde tiempos juveniles cuando conocí al Señor, supe que Él desde siempre ha estado a mi lado. Y digo siempre porque en su agenda ya estaba listada. Él ya aun comenzando en el vientre de mi madre y sin conocerlo, me resguardaba: “Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos” (Salmo 139:16). El Señor ya sabía de mi infancia, de mis años mozos; ya conocía mis debilidades y tropiezos. Si; Él me conoció desde mucho antes de mi nacimiento: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4), por lo tanto, ya nada de lo mío le era extraño. Al morir Jesús en la cruz pagó por todos mis pecados; o sea que hace dos mil años, sin haber nacido todavía, murió por mis pecados pasados, presentes y futuros.
Ya habiendo pasado la adultez y en los años dorados que me encuentro, mi oración es como la del Salmista: “Aun cuando sea yo anciano y peine canas, no me abandones, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a la generación venidera, y dé a conocer tus proezas a los que aún no han nacido” (v. 18 en la lectura). Mi oración es porque el Señor me dé licencia de contemplar a todos mis nietos. Así es; hay mucho qué contar a los que ya están y a los que vendrán más tarde para que vean su gloria y se entreguen al buen Dios. “Me has hecho pasar por muchos infortunios, pero volverás a darme vida; de las profundidades de la tierra volverás a levantarme” (v. 20). ¡Cómo no alabar a un Dios tan maravilloso y misericordioso! ¡Imposible no hacerlo! “Gritarán de júbilo mis labios cuando yo te cante salmos, pues me has salvado la vida. Todo el día repetirá mi lengua la historia de tus justas acciones” (vv. 23-24).

Bendito Señor: ¡Te alabo Dios bueno y misericordioso! Gracias por tantos favores recibidos a lo largo de mi vida. Eres grande y maravilloso. Gracias porque cada aflicción por la que me has pasado ha sido para honrarte y para enseñarme lo poderoso que Eres. En tu omnisciencia mostraste tu soberanía sobre todo mi ser para darme vida juntamente con Jesús el Señor y hacerme partícipe de la gloria celestial. Así como de siempre me has conocido, yo te digo que mientras viva por siempre cantaré tus maravillas.

Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: