Que nunca te abandonen el amor y la verdad: llévalos siempre alrededor de tu cuello y escríbelos en el libro de tu corazón.
Proverbios 3:3.
Lectura: Proverbios 3:1-4. Versículo del día: Proverbios 3:3.
MEDITACIÓN DIARIA
Esta es la Palabra que debemos
enseñar a nuestros hijos para que ellos a su vez la sigan pasando a su
descendencia. Por eso dice Deuteronomio: “Grábate en el corazón estas palabras
que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas
cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y
cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente
como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus
ciudades” (Deuteronomio 6:6-9). Así es; en estos tiempos tan difíciles para
nosotros pensamos entonces: ‘si esto es ahora, ¿qué les espera a nuestros hijos
y a sus hijos?’. No lo podemos dudar: la única verdad que les podemos dejar es
la Palabra de Dios para que ellos la vivan y la lleven siempre atada a su
corazón. “Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”
(Hechos 4:20. Lo que ya conocemos, lo que ya sabemos que es el único camino a
la vida eterna, ese será el mejor legado como herencia. Muchos piensan que
deben ser bienes, estudios y otras cosas que el mundo nos ofrece; no estoy
diciendo que sea malo dejarles eso, pero
entre todo, lo que verdaderamente tiene valor y lo sabemos muy bien, es el amor
de Dios manifestado a través de la Verdad que es Cristo Jesús (Juan 14:6).
Que nunca en tu vida falten ese amor
y esa verdad; escríbelos en el libro de tu corazón mañana, tarde y noche y
repíteselo a las generaciones venideras.
Amado Señor: Gracias por permitirnos
un día conocerte a Ti que encierras toda la grandeza de amor al dar tu vida por
nosotros sin siquiera merecerlo. Gracias porque encontrar esa Verdad que eres
Tú, nos ha traído libertad y la esperanza de una eternidad a tu lado. Enséñanos
a inculcárselas continuamente a nuestros hijos y nietos para que ellos también
transiten por este camino produciendo los frutos que un día les sembramos.
¡Gracias buen Señor!
Un abrazo y bendiciones.
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