jueves, 13 de abril de 2017

Tú y yo, la causa de su sudor con sangre

Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. 
Lucas 22:44.

Lectura: Lucas 22:39-46.  Versículo del día: Lucas 22:44.

MEDITACIÓN DIARIA

El Señor terminó de comer la Pascua y de celebrar la Cena con sus discípulos y se dirigió al Monte de los Olivos, en el huerto de Getsemaní. “Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”  (vv. 41-42). ¡Un trago bien amargo!
Todo lo que nuestro buen Señor tuvo que soportar y eso que todavía no había llegado al sufrimiento peor. Pero su corazón se sentía abatido, triste y solo. Sus discípulos no pudieron acompañarlo a orar y se durmieron mientras Él chorreaba goterones de sudor con sangre. ¡Qué inmenso dolor mi Señor! Según criterios médicos, esto se puede producir cuando hay muchísimo terror. Ahí nos muestra el Señor su parte humana. Él que había consolado a tantos, ahora, en medio de la noche, su alma presa por la angustia lleva el peso de toda la humanidad goteando por su cuerpo. “Nuestro pecado los transformó en el foco de su aflicción, en el centro de su dolor” como lo afirmó Charles Spurgeon en su Sermón No. 1199.
No creamos que el Señor estaba angustiado porque sabía por lo que iba a padecer; no. Su angustia dependía más de lo que nos dejó proféticamente Isaías: “hombre de dolores, conocedor del dolor más profundo…Sin embargo, fueron nuestras debilidades las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron”; “el Señor puso sobre él los pecados de todos nosotros. (Isaías 53:3-4 y 6 NTV). El peso de toda nuestra iniquidad fue lo que ocasionó su tremenda agonía. Nuestro Señor en ese huerto nos hace ver lo sucio del pecado que mora en nosotros y con mayor razón entendemos su obra expiatoria de redención. Vayamos y enseñémosle a otros lo que significó su agonía para que no pasen por alto su sangre derramada. “Piensen, pues, cuánto mayor será el castigo para quienes han pisoteado al Hijo de Dios y han considerado la sangre del pacto —la cual nos hizo santos— como si fuera algo vulgar e inmundo, y han insultado y despreciado al Espíritu Santo que nos trae la misericordia de Dios” (Hebreos 10:29 NTV).

Amado Jesús: Solamente al estudiar tu Palabra se puede entender el gran misterio de tu sufrimiento. Mi corazón se quebranta al comprender todo tu dolor por llevar encima mi pecado. ¡Cuánto amor Señor sin merecerlo! ¡Cuánto dolor soportado expresamente por mí! Quisiera haber estado a tu lado en ese momento; ¡pero mísera de mí, si creo que hubiera sido diferente! En tus discípulos que te abandonaron y entre Judas que te traicionó como en los que te crucificaron, también estaba yo. Solo me queda agradecerte y pedirte que me enseñes a proclamar tu mensaje de salvación a los perdidos para que también puedan llegar hasta Getsemaní y se apropien del dolor tuyo cargando con lo suyo, y allí te encuentren en medio de tu sudor y tu agonía. ¡Gracias, muchas gracias bendito Señor! ¡Te amo mi Señor!

Un abrazo y bendiciones.

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