lunes, 15 de febrero de 2010

Luz de las naciones

Luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2:32.

Lectura diaria: Lucas 2:21-40. Versículo del día: Lucas 2:32.

ENSEÑANZA

El nacimiento del Señor Jesús originó una serie de sucesos. En medio de la alegría para sus padres también existía la incertidumbre de lo que acontecería con el niño ya que Dios le había revelado a gente de diferentes rangos que Él era el Salvador del mundo. La primera en notarlo, fue Elisabet la prima de María, quien ante el saludo de ella, el bebé que llevaba saltó en su vientre (Lucas 1:41). Más tarde fueron los humildes pastorcitos a quienes se les apareció un ángel, anunciándoles la llegada de Cristo el Señor (Lucas 2:11). También los sabios de oriente que fueron guiados por una estrella para ir a adorarle y presentarle ofrendas (Mateo 2:10-11). Después, Simeón un hombre justo a quien el Espíritu Santo le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor. Por último, Ana la profetisa que a pesar de su vejez, albergaba la esperanza de conocer también al redentor de Israel y hablaba del niño a todos los que le esperaban (Lucas 2:38). María, su madre solamente iba recopilando todas estas cosas en su corazón. Simeón describió quien era aquel niño: “Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:30-32). Guiado por el Espíritu Santo reconoció en el niño al Salvador que vendría, no solo a rescatar al pueblo de Israel, sino a las naciones enteras del yugo del pecado. Dios deseando que nadie se pierda, sino que todos le conozcan, te tiene en esa larga lista de espera. No importa cuán letrado seas o a cuál estrato pertenezcas. Hoy la revelación ha llegado hasta ti, para darte una nueva vida con esa resplandeciente Luz que puede transformar las tinieblas en radiantes destellos de esperanza. Quizá te encuentras atado al pecado, a una enfermedad irreparable, a una crisis emocional o financiera. Es el momento de reconocer en Jesús esa bendita esperanza. Él te ayudará a llevar las cargas y ya no estarás solo; las compartirá contigo. Además te regalará la gloriosa esperanza de la vida eterna. ¿Deseas aceptar esta esperanza? ¡Ábrele tu corazón a Jesús, el Cristo, el Salvador! Dile honestamente lo siguiente: Amado Jesús Tú eres mi bendita esperanza, ya no resisto más mi adversidad. Toma mi vida y haz con ella lo que tu deseas. Perdona mis pecados y dame el gozo de tu salvación. En tu nombre Jesús, amén. Te felicito, haz empezado a hacer parte de los que compartimos esa Luz a las naciones; y de los que tenemos la esperanza de un mejor mañana.

Un abrazo y bendiciones.

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