miércoles, 25 de noviembre de 2009

Anhelando la muralla celestial

La muralla estaba hecha de jaspe, y la ciudad era de oro puro.

Apocalipsis 21:18.

Lectura diaria: Apocalipsis 21:1-27. Versículo del día: Apocalipsis 21:18.

ENSEÑANZA

¡Qué hermosa va a hacer nuestra morada futura! Aparte de tener calles de oro, sus muros y cimientos estarán decorados con toda clase de piedras preciosa. Para llegar a la muralla deseada, tenemos que aprender a derribar aquellas que nos estorban y no nos permiten dar el paso hacia la tierra prometida. Antes de conocer al Señor, podemos decir que estamos al otro lado del Jordán, sin embargo, al marchar y entrar a Jericó (cuando Jesús hace parte de nuestra vida), nos encontramos con una muralla que impide ver la promesa de la tierra que fluye leche y miel. Tenemos que ser fuertes y valientes como Josué y tumbar esa muralla buscando y alabando al Señor nuestro Dios. Más adelante, ya conquistada la Jerusalén terrenal, estaremos gozando de bienestar y tranquilidad como David; a nuestro alrededor se encuentra la gran muralla (2ª. Samuel 5:9), y nos sentimos seguros dentro de sus puertas porque sus muros fuertes nos permiten gozar un periodo de sosiego y equilibrio. Transcurrido el tiempo, nos olvidamos del Señor y de todo lo que hizo por nosotros cuando éramos esclavos del pecado y damos píe para que esas murallas que nos salvaguardaban caigan (2ª. Reyes 25:10). Dios en su infinita misericordia se conduele de nosotros y no nos olvida. Entonces, retomamos lo dejado, reconstruimos nuestra vida y se vuelve a levantar la muralla (Nehemías 2:17 y 6:15-16). Nos comprometemos nuevamente con Dios a obedecerle y seguirle. El Señor nos guiará y ayudará a elevar cuando el enemigo nos aceche y nos enfrentemos a diferentes pruebas. “Con tu apoyo Señor podré asaltar murallas” (2ª. Samuel 22:30), esas murallas malas irán cayendo poco a poco hasta llegar a la nueva Jerusalén donde estaremos amparados y rodeados por una muralla grande y alta; la más hermosa que en la vida hayamos imaginado; ésta, jamás caerá. Entonces, descansaremos de verdad, salvaguardados en la Jerusalén celestial donde en torno nuestro se encuentre el Señor como muro de fuego protegiéndonos; allí le adoraremos por su grandeza, majestad y poder. Contemplaremos su gloria y lo veremos cara a cara; ya no habrá maldición alguna y reinaremos con Él, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 22:3-5).

Un abrazo y bendiciones.

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