domingo, 4 de octubre de 2009

Todos morimos sin nada a cuestas

Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual, y que sus riquezas se quedan para otros

Salmo 49:10.

Lectura diaria: Salmo 49:1-20. Versículo del día: Salmo 49:10.

ENSEÑANZA

La muerte física es la separación entre lo físico y lo inmaterial, o sea entre el cuerpo y el alma. La muerte espiritual es la separación del ser humano de su Dios. La muerte física fue resultado del pecado original. Adán y Eva desobedecieron al comer del fruto prohibido y murieron. Su muerte tenía dimensiones físicas, morales y espirituales y por causa de su desobediencia la misma clase de muerte pasó a todos los descendientes, y a toda la raza humana. La muerte física sigue siendo inevitable para todo ser humano. Sin embargo, hay excepciones. Enoc y Elías fueron trasladados al cielo, sin sufrir la muerte física y en los últimos días, sucederá lo mismo cuando el Señor arrebate a su Iglesia, todos los creyentes que aún vivan, serán trasladados directamente al cielo. Por eso Pablo afirma: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados” (1ª. Corintios 15:51). Con todo, la muerte física es poca cosa al lado de la muerte espiritual, o sea la separación del hombre con Dios. Como resultado del pecado original, todos los hombres vivimos desde entonces en un estado de muerte espiritual (Colosenses 2:13). La fe salvadora en Cristo, vence a la muerte espiritual y quita el temor a la muerte. Por medio de su resurrección Cristo ha vencido a este postrer enemigo. En el último juicio, la muerte misma será lanzada al lago de fuego (Apocalipsis 20:14). Solamente durante su vida sobre la tierra, tiene el hombre libertad de poner su fe en Cristo y ser librado de la muerte espiritual. La muerte física pone fin a esta oportunidad (Hebreos 9:27). Si en esta vida el hombre no participa por la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte, solamente le queda esperar la “segunda muerte” o aquella horrenda separación eterna con su creador (Apocalipsis 20:15). En conclusión: tenemos la oportunidad de no morir espiritualmente a través del Señor Jesucristo. Cuando le aceptamos y recibimos en nuestro corazón, estamos reconociendo su obra redentora y esta decisión nos da el pasaporte a la vida eterna. Nada nos llevaremos a cuestas al morir físicamente; los lujos y riquezas de este mundo se quedan aquí, pero llevaremos el más grande galardón que Dios le ha regalado a la humanidad: La sangre de su propio Hijo, derramada para remisión del pecado, que nos concede el derecho de vivir eternamente en la patria celestial.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia.

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