lunes, 6 de agosto de 2018

La Cena del Señor


Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles: Tomen y coman; esto es mi cuerpo. Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados. 
Mateo 26: 26-28. NVI.

Lectura: Mateo 26:1-30.  Versículos del día: Mateo 26:26-28.

MEDITACIÓN DIARIA

Yo sé que las predicaciones nos ayudan al crecimiento espiritual, pero en el servicio dominical hay dos actos que me fascinan y llenan a la vez: la alabanza y adoración que es como el preámbulo para ponernos en tónica con el Señor y el momento de la Cena. Cuando he asistido a iglesias donde solo se reparte la Cena cada mes, salgo con un vacío en mi corazón y siento que algo profundo me falta. Y es que la Cena del Señor nos lleva primero que todo a estar en paz con Dios, a reconciliarnos con todos y a recordar lo dicho por el mismo Señor Jesús: "hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Y en Corintios el apóstol Pablo nos lo recuerda inclusive con un adendo: “Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga. Por lo tanto, cualquiera que coma el pan o beba de la copa del Señor de manera indigna será culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. Así que cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa” (1 Corintios 11:26-28), y es Palabra de Dios que debemos acatar.
Teniendo en cuenta la importancia de la Cena, sería muy bueno que los pastores que dirigen tuvieran presente, el esperar que todos los fieles tengan en sus manos la copa y el pan, para recordar en verdad lo hecho por el Señor Jesús en la cruz del Calvario y que la congregación tenga el tiempo suficiente para tomarla dignamente. Esta siempre ha sido mi apreciación sobre el tema y en otros devocionales lo he plasmado igual. Mi deseo es que entendamos el significado tan grande en la Cena del Señor.

Amado Señor Jesús: muchas gracias por haber entregado tu cuerpo por nuestros pecados y tu sangre preciosa para el perdón de ellos. Señor, nos has dado un regalo inmerecido; alabamos, adoramos y honramos tu bendito Nombre por ese sacrificio hecho una sola vez y para siempre para permitirnos llegar al Padre y restaurar la comunicación perdida. Haz Señor que entendamos la divina gracia otorgada con tu muerte para llenarnos de tu plenitud. ¡Gloria y Honor sean a Ti por los siglos de los siglos!

Un abrazo y bendiciones.

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