martes, 13 de febrero de 2018

Si dijo que lo haría, Él lo hará


Pero yo confío en tu gran amor; mi corazón se alegra en tu salvación. 
Salmo 13:5.

Lectura: Salmo 13:1-6.  Versículo del día: Salmo 13:5.

MEDITACIÓN DIARIA

¡Cuántas veces nos sentimos como David! Creo que muchas. Por lo menos yo tengo que decir que llegué a hablarle al Señor, igual que este rey y salmista. No podemos tapar con un dedo cuando las aflicciones llegan una tras otra y nos sentimos impotentes, inválidos para actuar y además de eso tal pareciera que las oraciones no llegaran al trono de la gracia. Y también confieso que en ocasiones le reclamaba al Señor y le preguntaba: “¿Hasta cuándo, Señor, ¿me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar angustiada y he de sufrir cada día en mi corazón?” (vv. 1-2). Sin embargo, allá muy dentro seguía guardando sus promesas de fidelidad y amor. Así sucedió; si no hubiera sido de ese modo, no habría tenido razón el Señor de devolverme dos veces la vida, porque entre sus promesas de hace muchos años, cuando estábamos a punto de perder el apartamento de Bogotá, el Señor me había dicho tengo planes de bienestar para ti, no te desanimes, cree solamente. Me había también dicho: ““No teman, porque así dice el Señor Todopoderoso: “Dentro de muy poco haré que se estremezcan los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme; ¡haré temblar a todas las naciones! Sus riquezas llegarán aquí, y así llenaré de esplendor esta casa —dice el Señor Todopoderoso—.  Mía es la plata, y mío es el oro —afirma el Señor Todopoderoso—.  El esplendor de esta segunda casa será mayor que el de la primera —dice el Señor Todopoderoso—. Y en este lugar concederé la paz”, afirma el Señor Todopoderoso” (Hageo 2:6-9). Siempre todo lo relacioné con mi Llano querido; pensaba que era allí donde nos llevaría nuevamente cuando me hablaba de la tierra que fluye leche y miel. Cuando llegamos a USA, aun no entendía nada, me vine más por obediencia que por cualquier otra cosa. Al estar aquí me di cuenta ¡cuánto me amaba el Señor y cuánto deseaba que estuviera cerca de mi hijito! Así las cosas, ya no solo le reclamaba lo anterior sino que lo asimilé con el monte prometido a Caleb y se lo recordaba en mis oraciones. Aprendí que mis caminos no son los de Él, que sus pensamientos son mucho más altos que los míos y que su tiempo no es el mío.
Ahora digo como David: “Canto salmos al Señor. ¡El Señor ha sido bueno conmigo!” (v. 6 en la lectura). Y sigo viendo sus bendiciones, porque en este lugar nos ha concedido paz y bienestar. Si te dijo que lo haría, Él lo hará. Insiste, persiste y no desistas.

Sí mi Señor: No tengo palabras para agradecerte tanta bondad derramada sobre nuestras vidas. Después del desasosiego, las angustias, los llantos y tristezas Tú nos envuelves con tu dulzura y tus ricos favores. Mi corazón se regocija en el Señor mi Dios y Salvador; en mi Escudo y Protector; en el Dios que ve todas mis dolencias y las sana completamente. ¡Gloria a Ti mi Señor! ¡Te amo con todo mi corazón, con todo mi aliento, con toda mi mente!

Un abrazo y bendiciones.

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