En ese momento, la cortina del santuario del Templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros y muchos creyentes que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
Mateo 27:51-53. NVI.
Lectura: Mateo 27:45-55. Versículos del día: Mateo 27:51-53.
MEDITTACIÓN DIARIA
"Cuando el centurión y
los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que
había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: ¡Verdaderamente este era el
Hijo de Dios!” (v. 54). Sí; todo eso sucedió al morir el Señor Jesús. La cortina
del templo era la que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo queriendo
decir que ya no había necesidad de un sumo sacerdote, porque Jesús es el gran
Sumo Sacerdote; es el Cordero de Dios inmolado por nuestros pecados. (Hebreos
9:6-7). El Señor Jesús no quedó como se nos muestra en un crucifijo; Él quedó
completamente desfigurado, maltratado; literalmente molido. Sabemos muy bien
que al moler el maíz queda una masa. El Señor era completamente una masa. Tal
como estaba profetizado por Isaías (Isaías 52:14 y 53:5-9).
¿Sabes por qué el Señor
sufrió todo esto? Porque te ama más allá de lo que te puedas imaginar y desea estar
contigo en la Patria Celestial. Mira, si nunca le has dicho a Jesús que tome tu
vida, te invito a que lo hagas. Solamente es una pequeña oración, pero con una
enorme recompensa. Te sugiero orar así:
Señor Jesús: no
había entendido lo que en realidad fue tu pasión y muerte, pero ahora que lo
comprendo te doy gracias por haber muerto en mi lugar. Gracias por amarme
tanto. Ven a morar conmigo; quiero que seas mi Señor y Salvador; perdona mis
pecados, toma el control del trono de mi vida y hazme de acuerdo con tu santa
voluntad. Gracias por perdonarme, limpiarme, darme una vida nueva aquí en la
tierra y una eternidad a tu lado. Amén.
Un abrazo y bendiciones,
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