martes, 29 de septiembre de 2009

El agua de vida

Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua –contestó Jesús–, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida

Juan 4:10.

Lectura diaria: Juan 4:1-25. Versículo del día: Juan 4:10.

ENSEÑANZA

Jesús se encontraba en Samaria, descansando junto al pozo de Jacob. Entre judíos y samaritanos, había cierta rivalidad; Jesús los sabía muy bien, y queriendo apaciguar las distancias, le pidió a la mujer que se acercó al pozo un poco de agua, a lo cual ella respondió: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tu eres judío y yo soy samaritana?” Verso 9. El Señor conociéndola profundamente y sabiendo sus necesidades, en una sola frase toca lo más recóndito de su corazón. “Si supieras lo que Dios puede dar y me conocieras, tú le habrías pedido a Él”. Exactamente, es lo que Jesús le dice al agobiado y cansado; al sumido en el pozo profundo de la desesperación y no encuentra la salida. “Si tan sólo me conocieras un poco, entenderías que puedo darte el agua necesaria para refrescarte y calmar tu sed”. Quizá menospreciemos inicialmente su ofrecimiento como esta mujer y no creamos en sus palabras “ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo”; pero Dios lo puede todo y conoce también cada corazón y lo escudriña, no nos engañemos; sus palabras son verdad y su agua, es la que da vida eterna, no hay otra. Cuando la vida se torna oscura y nos sentimos hundidos hasta el cuello, es el momento de recurrir a este humilde galileo y reconocer que no hay pozo profundo para Él. El Señor bajó hasta las hondonadas más oscuras en su muerte, solamente para pisotear a Satanás y librarnos de las garras con las que ahora él quiere atarnos. Aprendamos que sea, cual fuere la aflicción, debemos recurrir a la fuente inagotable, a la verdadera que calma la sed por siempre: Jesús de Nazaret.

Un abrazo y bendiciones.

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