lunes, 3 de agosto de 2009

Si te debe algo, cárgalo a mi cuenta

Si te ha perjudicado o te debe algo, cárgalo a mi cuenta

Filemón 18.

Tal parece que habían surgido discrepancias mayores entre Filemón un compañero de Pablo en la obra del Señor y el esclavo Onésimo. Por su parte, Pablo le encomienda a Filemón a ser más condescendiente con Onésimo y perdonarle ya que este ha dado muestras de su conversión al manifestarse con Pablo misericordiosamente mientras él se encuentra en la cárcel.

No sabemos hasta dónde fue el daño que Onésimo le causó a Filemón, pero sea cual hubiese sido, nos deja la lección del perdón. El perdón que va mas allá de lo normal; no hablemos que sería muy natural que lo perdonara porque a veces el perdón para que se pueda dar, tiene que pasar los límites naturales y llegar a lo sobrenatural.

Se me antoja entonces, que esta, pudo ser las misma actuación del Señor Jesús, hacia Dios nuestro Padre, con respecto a la humanidad “si te debe algo, cárgalo a mi cuenta”. ¿Cuánto no debíamos todos? ¿Cuánto lo defraudamos y perjudicamos? Pero el Señor Jesús, sumiso y misericordioso, cargó con todo, absolutamente todo lo debido y pagó a través de su pasión y muerte todas las transgresiones cometidas desde antes, ahora y hasta el futuro de la humanidad. No voy a decir, que se presentan circunstancias a veces tan difíciles de perdonar porque esto es innegable. Sin embargo, deberíamos pensar que el Señor Jesús no llevó sobre sus hombros el peso de una sola falta, ni de un solo hombre; sobre Él recayó la cuenta de todos los humanos y abrió con esto, las puertas hacia una salida victoriosa: la salvación.

La súplica de Pablo, debe ser extendida hacia todos ya que nos cuesta tanto perdonar. Muy seguramente han pisoteado nuestro nombre, nos han humillado, robado, calumniado, pero podemos otorgar el perdón. El perdonar es una decisión que debe hacerse primero ante Dios, en oración y humildad. Colocar delante de su trono la carga que la situación nos representa y pedirle al Señor que de manera sobrenatural, nuestro corazón se limpie y llene de misericordia por la persona o personas que nos han agredido. Cuando reconocemos nuestra falta de capacidad para hacerlo, es cuando Dios entra a través de su Santo Espíritu a llenarnos y fortalecernos permitiendo que su amor y misericordia se desborde de tal modo que podamos retribuirla también a los demás.

No dejemos que la falta de perdón nos llene de raíces de amargura, porque cuando estas crecen se van arraigando más fuerte y el daño proporcionado puede ser mayor al causado inicialmente.

Un abrazo y bendiciones.

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