domingo, 5 de agosto de 2012

Sin disciplina no hay amor


Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.  
 Hebreos 12:5-6.

Lectura diaria: Hebreos 12:1-13.  Versículos principales: Hebreros 12:5-6.

REFLEXIÓN

Sé que ante las dificultades adversas que a lo largo de mi vida cristiana, en especial desde hace más o menos quince años se han venido presentando; familiares, amigos y conocidos no logran entender qué es lo qué sucede.  Quizá en un tiempo yo pensaba igual que ellos, pero el Señor poco a poco me ha ido mostrando cuánto amor me tiene, llegando a la conclusión que me ama tanto que no quiere por ningún motivo que mi corazón se separe del suyo.  Tal vez, si no ocurriesen los problemas, los atafagos, los aprietos e incluso las dudas, no estaría pegada a mi buen Señor.  Cuando todo marcha sobre ruedas por aquello de la ingratitud, somos dados a olvidar las cosas buenas que nos han pasado y poco valoramos lo que tenemos.  Nos consideramos entonces, “los superhéroes” que todo lo podemos y sabemos, sin entender que lo que somos y poseemos, se lo debemos a nuestro Creador. 
Posiblemente como decía el apóstol Pablo: “Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo…Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”.  Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí, el poder de Cristo” (2 Corintios 12:7-11).  Así es; no solamente vamos a ser disciplinados para nuestro bien, sino que además de eso, es la manera como se puede exaltar el poder de Dios y reflejar Él su gloria en nosotros.  Se gana por partida doble: yo aprendo y el Señor se glorifica.
El antejardín de la casa de mi madre causaba la admiración del vecindario.  Mi abnegada tía en el trabajo con sus matas, continuamente entraba para podarlas, limpiarlas y botar aquello que les estaba haciendo daño y las empobrecía.  Era la manera de ofrecer a cuantos pasaban por el frente: su belleza, olor y lozanía. Sus colores refulgían en medio del verdor del prado brindando un aspecto vistoso y llamativo.  Al igual somos los hijos de Dios en sus manos cuando se nos poda: “Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (v. 11 en la lectura), y eso es lo que tenemos para dar.
Permitamos que los demás admiren la bondad, la misericordia, la justicia y el amor que Dios quiere que reflejemos, para entregar al menos esa dosis de esperanza a los que se acercan a nosotros.

Amado Dios y Padre: Gracias porque tu disciplina demuestra un gran amor por los tuyos.  Gracias porque es la manera de exaltar tu nombre y de llevarnos cada día a la plenitud de Cristo.

Un abrazo y bendiciones.

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