Cristo, … entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno.Hebreos 9:12.
Lectura diaria: Hebreos
9:1-28. Versículo principal: Hebreos
9:12.
REFLEXIÓN
El tabernáculo o Tienda de
reunión que Dios le mandó construir a Moisés, era el lugar donde Él se
manifestaba al pueblo de Israel; un santuario movible que después Salomón pasa
a dejarlo plasmado en el templo que construyó para el Señor, en su reinado. Estaba conformado por el atrio, el Lugar Santo
y el Lugar Santísimo. Todo el Antiguo
Testamento nos habla de lo que estaba por venir: el Señor Jesucristo; y el tabernáculo encierra en sí a Cristo Jesús
quien vino a morir por el pecado de toda la humanidad.
Allí, al Lugar Santísimo solo
tenía acceso “el sumo sacerdote y solo una vez al año, provisto siempre de
sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el
pueblo” (v. 7). Cuando el Señor muere el
velo del templo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo se rasgó en dos
(Mateo 27:51), dando acceso a todo aquel que quiera entrar a la presencia de
Dios Padre, porque “Cristo, por el contrario, al presentarse como sumo sacerdote de los bienes definitivos en el
tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que
no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el Lugar
Santísimo. No lo hizo con sangre de
machos cabríos y becerros sino con su propia sangre, logrando así un rescate
eterno” (vv. 11-12). Si en el Antiguo Testamento
era valiosa la sangre de los animales ofrecidos en expiación de los pecados, ¡cuánto
más no lo será la sangre de Cristo! (v. 14).
Por eso el Señor Jesucristo es el
mediador de un nuevo pacto, donde todo el que se acerque a Él ya no tiene
cortina alguna que le impida llegar al Lugar Santísimo donde habita el Padre
Celestial porque a través de Jesús, lo puede hacer sin ningún obstáculo. “Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola
vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para
cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan” (v.
28). De este modo Dios Padre rompió la
brecha que había entre Él y el hombre, permitiéndole que solamente con voltear
los ojos a Jesús y creer en lo que El hizo por remisión de los pecados, llegue
a ser salvo.
Si nunca antes lo habías
entendido, hoy es el día para que confieses con tu boca que Jesús es el Hijo de
Dios, muerto y resucitado, y tendrás derecho a la vida eterna. “Porque con el
corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser
salvo” (Romanos 10:10). Si es tu deseo
hacerlo en este momento, te invito a orar así:
Amado Señor Jesucristo: Confieso
con mi boca y creo en mi corazón que eres el Hijo de Dios, muerto por mí en una
cruz y resucitado por Dios. Hoy decido aceptarte en mi vida como Señor y
Salvador personal. Gracias por lo que
viniste a hacer al morir en mi lugar, y permitir de ese modo mi acceso directo
a Dios Padre. En tu nombre Jesús, amén.
Un abrazo y bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario