jueves, 2 de agosto de 2012

El sacrificio único y sublime


Cristo, … entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo.  No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno.  
 Hebreos 9:12.

Lectura diaria: Hebreos 9:1-28.  Versículo principal: Hebreos 9:12.

REFLEXIÓN

El tabernáculo o Tienda de reunión que Dios le mandó construir a Moisés, era el lugar donde Él se manifestaba al pueblo de Israel; un santuario movible que después Salomón pasa a dejarlo plasmado en el templo que construyó para el Señor, en su reinado.  Estaba conformado por el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo.  Todo el Antiguo Testamento nos habla de lo que estaba por venir: el Señor Jesucristo;  y el tabernáculo encierra en sí a Cristo Jesús quien vino a morir por el pecado de toda la humanidad. 
Allí, al Lugar Santísimo solo tenía acceso “el sumo sacerdote y solo una vez al año, provisto siempre de sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el pueblo” (v. 7).  Cuando el Señor muere el velo del templo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo se rasgó en dos (Mateo 27:51), dando acceso a todo aquel que quiera entrar a la presencia de Dios Padre, porque “Cristo, por el contrario, al presentarse como  sumo sacerdote de los bienes definitivos en el tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo.  No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno” (vv. 11-12).  Si en el Antiguo Testamento era valiosa la sangre de los animales ofrecidos en expiación de los pecados, ¡cuánto más no lo será la sangre de Cristo! (v. 14).
Por eso el Señor Jesucristo es el mediador de un nuevo pacto, donde todo el que se acerque a Él ya no tiene cortina alguna que le impida llegar al Lugar Santísimo donde habita el Padre Celestial porque a través de Jesús, lo puede hacer sin ningún obstáculo.  “Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan” (v. 28).  De este modo Dios Padre rompió la brecha que había entre Él y el hombre, permitiéndole que solamente con voltear los ojos a Jesús y creer en lo que El hizo por remisión de los pecados, llegue a ser salvo.
Si nunca antes lo habías entendido, hoy es el día para que confieses con tu boca que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, y tendrás derecho a la vida eterna. “Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo” (Romanos 10:10).  Si es tu deseo hacerlo en este momento, te invito a orar así:

Amado Señor Jesucristo: Confieso con mi boca y creo en mi corazón que eres el Hijo de Dios, muerto por mí en una cruz y resucitado por Dios. Hoy decido aceptarte en mi vida como Señor y Salvador personal.  Gracias por lo que viniste a hacer al morir en mi lugar, y permitir de ese modo mi acceso directo a Dios Padre.  En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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