“Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo.
Jonás 2:7.
Lectura diaria: Jonás
2:1-10. Versículo principal: Jonás 2:7.
REFLEXIÓN
Jonás fue enviado por Dios para
advertirle al pueblo de Nínive que se arrepintiera. Huye en dirección contraria desobedeciendo la
orden y tuvo que afrontar sus consecuencias: fue arrojado al mar y un pez
grande se lo tragó. Allí estuvo por tres
días y tres noches en su vientre. Dentro
del vientre del pez, en medio de su angustia, clamó al Señor y el Señor le respondió
(v. 2). Hace un recuento de lo sucedido
y dice: “Las aguas me llegaban hasta el cuello, lo profundo del océano me
envolvía” (v. 5). “Pero tú, Señor, Dios
mío, me rescataste de la fosa” (v. 6). El
Señor permitió que permaneciera en el vientre del pez y en ese lapso comprendió
su falta y al sentir que se le iba la vida, volteó los ojos al que todo lo
puede y el Señor le respondió.
¡Cualquier parecido con lo que
vivimos a diario! En muchas ocasiones
por la desobediencia misma nuestra, nos vemos abocados a problemas por los
cuales no quisiéramos tener que pasar.
Sin embargo llegan; y cuando ya no tenemos alternativa humana posible, viramos los ojos al Señor como última
alternativa. Lo sublime y majestuoso es
que a pesar de ser como somos, desobedientes y tercos, el Señor nos mira
compasivo y extiende su mano para sacarnos también de la fosa y permitirnos
volver a coger el rumbo correcto. ¡Ese
es su amor! ¡Esa es su
misericordia! Dios no ama el pecado que
habita en el hombre, pero sí ama al pecador; y cuando éste se arrepiente jamás
lo deja devolver con las manos vacías; responde y ¡de qué manera! “En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi
Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos!
No permitamos que Satanás siga
zarandeando nuestras vidas con crisis de salud, financiera o emocional. Hagamos un alto y presentémonos humildemente
ante nuestro Dios y Señor. Reconozcamos
nuestras faltas y pidamos perdón por ellas; al corazón contrito y humillado no
lo desprecia el Señor. Por más que se
haya pecado Él está ahí, atento, esperando precisamente ese momento.
Amado Señor: Venimos ante ti como
Jonás; sabiendo de tu inmensa bondad y misericordia ponemos a tus píes las
cargas las cargas que estamos afrontando.
Señor, reconocemos que no somos nada y que tu dispones todas las cosas
sin intervención nuestra porque eres un Dios soberano. ¡Llega a los corazones abatidos y suplicantes
que tanto necesitan hoy de ti!
Un abrazo y bendiciones.
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