sábado, 9 de junio de 2012

Fuerte en la debilidad


Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones, y dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.  
 2 Corintios 12:10.

Lectura diaria: 2 Corintios 12:1-10.  Versículo principal: 2 Corintios 12:10.

REFLEXIÓN

Gracias a Dios tenemos al Señor en nuestras vidas.  Por amor a Cristo o mejor, diría yo, por el amor de Cristo podemos sobrellevar el peso de las aflicciones que llegan de una u otra manera.  Personalmente siempre he dicho que si no fuera por mi Señor estaría muerta o loca, porque a veces ni siquiera como cristianos entendemos las dificultades que se nos presentan.  “Es cierto que fue crucificado en debilidad, pero ahora vive por el poder de Dios.  De igual manera, nosotros participamos de la debilidad, pero por el poder de Dios viviremos con Cristo” (2 Corintios 13:4).  Solo el Señor nos da la capacidad de hacerle frente a estas situaciones y en verdad, cuando nos consideramos débiles, sin fuerza, con ganas de tirar la toalla, viene como una ráfaga de valentía que honestamente en mi caso, estoy segura, proviene de Dios.  Su Santo Espíritu empieza a funcionar y entonces, sobrenaturalmente somos llenos de su poder, valor y fuerza para continuar: “en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Al final de cuentas ninguna de estas cosas nos va a alejar del amor que el Señor nos tiene: Ni tribulación, angustia, hambre, indigencia o peligro alguno. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni lo pasado o por venir; nada absolutamente nada nos separará de su amor (Romanos 8:35,  38-39);  y esto se convierte en la añorada esperanza por la cual logramos ver lo de este mundo como pasajero.  Simplemente cuando entendemos que no estamos aquí sino de paso; que somos peregrinos rondando de un lado para otro hasta que nos llegue el tiempo de encontrarnos con nuestro Amado y verlo cara a cara sabiendo que esa gloria futura no terminará jamás.  Allí ya no sabremos de dolor ni llanto y si llegásemos a hacerlo el Señor mismo enjugará cualquier lágrima de brote (Apocalipsis 21:4).  Con esa bendita esperanza sobrevivimos enfrentando las adversidades.  

Mi Señor: Gracias porque desde aquí siento tu presencia y cuando ya mi corazón no aguanta más el peso de mis lágrimas, vienes hacia mi con tu infinito amor y ternura para llenarme de tu gozo y valentía.

Un abrazo y bendiciones.

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