Reconozcan sus miserias, lloren y
laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza.
Santiago
4:9.
Lectura: Santiago
4:1-12. Versículo del día: Santiago 4:9.
MEDITACIÓN DIARIA
Ante el Señor no nos
queda nada más que humillarnos porque si nos ponemos a razonar: ¿qué somos? O
¿qué nos creemos? Somos nada más que barro en las manos de Dios; moldeados por
Él. Si tenemos algo, simplemente es prestado; es en custodia mientras estamos
de paso por acá. Ni siquiera podemos decir que los hijos son nuestros porque
son también prestados. Todo, absolutamente todo es de Dios. Aquí somos sus
mayordomos y tenemos que rendirle cuentas cuando nos encontremos frente a
frente.
Lo mejor es entonces
reconocerlo como el Dios Soberano, Omnipotente, Omnisciente, Omnipresente y
nosotros humillarnos en su presencia. Reconocerle que a pesar de darnos tanto,
de demostrarnos su amor inagotable, su misericordia que va más allá, su
fidelidad que nunca se acaba, fácilmente nos olvidamos de nuestro Creador y
queremos pasarle por encima. Nuestro enemigo, el diablo, es muy sutil y nos
hace creer que así como él lo hizo, también podemos llegar a ser más que Dios.
De ahí que el mundo y su vanagloria nos atraigan tanto. “¡Oh gente adúltera!
¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere
ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios” (v. 4). Dios nos quiere para su
gloria únicamente; “Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en
nosotros” (v. 5).
No estamos en el mundo
porque sí. Si Dios nos trajo al mundo fue con un propósito y ese propósito lo
podemos encontrar cuando conocemos el plan de Dios para nuestra vida. En el
devocional anterior hablábamos de buscar a Dios. Aquí igual nos lo manda el
apóstol: “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense
las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón!” (v. 8). Humíllense,
reconozcan que no son nada. Hay que estar de rodillas delante de Dios para
estar de pie ante los hombres: “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará” (v.
10).
Amado Señor: gracias por tu hermosa
Palabra que nos hace bajar de las nubes para reconocer que lo que somos aquí es
por tu gracia. No tenemos nada porque los títulos, la riqueza, la vanagloria de
este mundo es ilusoria y pasajera. Reconocemos que sólo te tenemos a Ti que
eres nuestro Dios, Rey, Señor y Salvador. Que nuestras vidas están en tus
manos. Gracias bendito Señor por recordarnos de dónde venimos y para dónde
vamos. ¡Te amamos buen Dios!
Un abrazo y bendiciones.