Pero yo, Señor, en ti confío, y digo:. Salmo 31:14.
REFLEXIÓN
No a todas las personas se les brinda confianza. Tenemos que saber muy bien a quien le estamos abriendo el corazón porque el hombre como género humano, es muy variable y en cualquier momento nos puede fallar. De ahí que sea tan difícil encontrar al verdadero amigo; por eso el Señor exclama con suma gravedad diciendo: “¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor!” (Jer. 17:5). Todos por naturaleza podemos flaquear, romper esa confianza y hasta ahí llega la relación que sea.
El rey David sabía muy bien ante quien derramar su corazón: ante la persona que jamás lo defraudaría ni lo estaría señalando con el dedo; ante su Señor y Dios en quien siempre ponía su mirada. A Él recurría para alabarle y adorarle; para contarle sus alegrías y tristezas; para desfogar su ira y aborrecimiento hacia sus enemigos; para hablarle de sus triunfos como de sus derrotas. El Señor: el mejor amigo en quien podemos confiar. No solamente Él quiere que lo tengamos como amigo sino como al Dios Altísimo y Poderoso que es. Simplemente desea que sus hijos le disfruten como al confidente por excelencia, y que a la vez lo vean como al Dios en quien confían plenamente. De este modo recibiremos la bendición tal como nos lo muestra Jeremías también: “Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto” (Jer. 17:8). Todo esto y mucho más, puede hacer el Dios en quien confiamos; nuestra vida entera está en sus manos.
Señor gracias ¡porque a quién más tenemos sino a ti! Y fuera de ti, todo lo demás es ilusorio.
Un abrazo y bendiciones.