Isaí le presentó a siete de sus hijos, pero Samuel le dijo: —El Señor no ha escogido a ninguno de ellos. 11 ¿Son éstos todos tus hijos? —Queda el más pequeño —respondió Isaí—, pero está cuidando el rebaño. —Manda a buscarlo —insistió Samuel—, que no podemos continuar hasta que él llegue.1 Samuel 16:10-11.
Lectura: 1 Samuel 16:1-13. Versículos del día: 1 Samuel 16:10-11.
MEDITACIÓN DIARIA
David era el menor de los hijos
de Isaí, nacido en Belén, perteneciente a la tribu de Judá. Dios lo escogió para que reinara en remplazo
de Saúl, quien no obedeció sus mandatos.
Después de ser ungido por el sacerdote Samuel, el Espíritu del Señor
vino con poder sobre David.
La tarea de pastor aparentemente
es fácil; quizá podía estar en contacto con sus ovejas y cuidarlas
sigilosamente en la noche y a la vez descansar, pero cuando se presentaba un
incidente, tenía que estar listo a dar la batalla. Así fue como aprendió a luchar contra leones
y osos por defender su rebaño (1 Samuel 17:34-35). Su mismo oficio iba impregnado de humildad y
ni siquiera su padre o hermanos creían en él (1 Samuel 17:28); pero Dios que no
se fija en lo de afuera sino en lo que está por dentro, conocía muy bien su
corazón (v. 7b en la lectura).
Este humilde pastorcito siendo el menor y más
pequeño, relegado por su familia, empezó a darse a conocer. Dios primero le dio
el triunfo ante el gigante Goliat como para que demostrara ante los suyos su
fuerza y resolución; y sucesivamente, lo
fue levantando hasta convertirlo rey de todo su pueblo. Lo amó tanto que ante
la promesa de siempre tener un sucesor
no le falló. Su fidelidad llegó al punto
de ser elegido como antepasado de Jesús, (Mateo 1:1). Dios engrandece lo pequeño;
lo insignificante. Lo que para el mundo no
vale nada, Dios es experto en enaltecerlo. Si le obedecemos y tenemos ante el Señor un
corazón dispuesto como el de David, Él mismo se encargará de ponernos por
cabeza y no por cola (Deuteronomio 28:13).
Que la lección para meditar sea
aprender a no menospreciar el trabajo que Dios nos ha regalado, y tan poco
demeritar el de otros. Entender que aunque pase desapercibido para muchos y lo
vean como intrascendente, ante los ojos del Señor vale mucho. Esa labor
desarrollada puede ser el eslabón que Dios ha puesto para empezar a escalar
hasta llegar a las alturas. Valemos
mucho más por lo que somos que por lo que aparentamos ser. Dios no hace distinción de personas y tendrá
muy en cuenta nuestra actitud.
Amado Señor: Gracias porque para
ti somos de gran estima. Gracias porque nos has mirado con ojos misericordiosos
y protectores. Porque para ti valemos oro y somos la niña de tus ojos. Hoy te
pedimos por todas esas personas que pasan inadvertidas y sin embargo
desarrollan una labor útil para la sociedad.
Te rogamos que pongas en nosotros
un corazón humilde y dispuesto a servir para que seamos los primeros en
reconocer esas faenas.
Un abrazo y bendiciones.
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