Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo.Levítico 19:2.
Lectura diaria: Levítico 19:1-8. Versículo Principal: Levítico 19:2.
REFLEXIÓN
Dios no es simplemente Santo; es Santo, Santo, Santo. Completamente Santo. Es el tributo divino de estar completamente “separado” del pecado. Dios no puede con el pecado y su misma esencia no se lo permite. Los ángeles en el cielo proclaman: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). Dios está tan extremadamente separado del pecado que para llegar a Él tuvo que enviarnos un puente llamado Jesucristo y solamente a través de Él, cuando aceptamos lo hecho por el Señor en la cruz por nosotros, podemos presentarnos como santos también. Esto no quiere decir que no seamos pecadores; siempre he dicho y lo seguiré afirmando que el cielo estará lleno de pecadores pero pecadores lavados y justificados con la sangre de Cristo.
En el Antiguo Testamento, se hacía un gran esfuerzo por agradar a Dios y no contravenirlo. Por eso a ellos se les dejó una serie de leyes y de ritos (ley Mosaica), que ya no tienen validez después del sacrificio magno de Cristo Jesús. Ya no hay que mirar atrás porque si hemos recibido a Cristo en nuestras vidas, somos vistos con los ojos de la santidad de Dios. Ya no mira nuestros pecados sino la sangre de su Hijo lavando y limpiando toda maldad. Eso es exactamente lo que Dios ve cuando se dirige a cada uno de los creyentes y por esa infinita misericordia ahora también nosotros somos santos. Hemos nacido de nuevo y somos hijos de Dios; somos templo de su Santo Espíritu (1 Corintios 6:19). Por este motivo la Palabra de Dios nos da el calificativo de santos. No por hombres; es exclusivo de Dios que quiso regalarnos ese apelativo como sus hijos que somos.
Considero que si por un momento entendiéramos lo que es y significa la santidad de Dios, buscaríamos siempre huir del pecado. Eso fue exactamente lo que le sucedió a Isaías: Vio al Señor Todopoderoso sentado en su trono excelso y sublime y por encima de Él serafines que se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor”, que se confrontó en ese momento con su pecado y como él mismo lo exclamó: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos” (Isaías 6:7). Esto nos muestra claramente que Dios está absolutamente separado del pecado, el mal le repugna y es ajeno a Él: “¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal!” (Isaías 1:16).
Gracias a Dios podemos cruzar ahora ese abismo que nos separaba: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Si ya somos cristianos, busquemos la santidad porque somos llamados a serlo, así como Dios es santo.
Si estás leyendo este devocional y no has permitido que Cristo sea tu Salvador, con tristeza tengo que decirte amigo lector que Dios no te puede ver como santo, hasta que no admitas que Jesús tome el lugar que te correspondía como pecador y te limpie completamente de toda tu maldad. Si es tu deseo te invito a orar conmigo así:
Amado Jesús: Acepto que ya pagaste por mí en la cruz y te llevaste todo el peso de mis pecados. Ahora te recibo como mi Señor y Salvador y te doy gracias por mostrarme esta verdad y permitirme llegar a Dios Padre en santidad. En tu nombre Jesús, amén.
Un abrazo y bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario