Disgustado por lo que decían, Saúl se enfureció y protestó: A David le dan crédito por diez miles, pero a mí por miles. ¡Lo único que falta es que le den el reino!
1 Samuel 18:8.
Lectura: 1Samuel
18:1-30. Versículo del día: 1 Samuel
18:8.
MEDITACIÓN DIARIA
El Señor le había
quitado el trono a Saúl y en su reemplazo hizo que Samuel ungiera a David,
aunque él todavía no había empezado a reinar. El antecedente de David
derrotando a Goliat, permitió que las mujeres le reconocieran y cantaran dando
más tributo a David que a Saúl y esto lo mortificó al punto de querer matarlo;
se dejó llevar por el pecado de envidia. La RAE la define como: ‘Tristeza o
pesar del bien ajeno; deseo de algo que no se posee’. La envidia es una de las
emociones negativas que más daño hace a su poseedor. Afecta no solamente su
área emocional sino también la física y lógicamente la espiritual. Genera
resentimientos en la persona, lo cual produce que se debilite causando dolores gastrointestinales, respiratorios y musculares
porque es carcoma de los huesos (Proverbios 14:30); los va desgastando poco a
poco. Las consecuencias que deja la envidia son altamente catastróficas. El
ejemplo lo tenemos en Saúl: su área espiritual se fue al piso afectándolo
mentalmente y por ende quiso matar; más tarde incluso lo llevó al pecado de
adivinación y espiritismo. La envidia desarrolló en él una cadena de pecado
tras pecado. La envidia hace estragos. Es la madre de todos los defectos y la raíz
de los vicios.
Si hemos dejado que la
envidia entre a nuestras vidas, lo primero que debemos hacer es reconocerla y
pedirle perdón al Señor por este pecado. Teniendo en cuenta que la envidia es
obra de la carne (Gálatas 5:21), busquemos la ayuda del Espíritu Santo que nos
convencerá de ese pecado, nos dará las armas para luchar y no llenará de todo su fruto. No le demos cabida a la envidia.
Precioso Espíritu Santo:
Te pedimos perdón por ser débiles a la carne y te rogamos que hagas un
recorrido en todo nuestro ser para detectar algún indicio de envidia que pueda
estar anidado en nuestro corazón y nos esté haciendo daño. Límpianos,
regenéranos y transfórmanos de manera que el mundo nos vea diferentes y podamos
dar testimonio sincero como cristianos que somos. Gracias bendito Espíritu de
Dios por tenerte como nuestro Gran Ayudador. ¡Te alabamos y te honramos!
Un abrazo y
bendiciones.
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