domingo, 24 de octubre de 2010

No siempre la lluvia es destrucción

Dichoso el que tiene en ti su fortaleza, que sólo piensa en recorrer tus sendas. Cuando pasa por el valle de las Lágrimas lo convierte en región de manantiales; también las lluvias tempranas cubren de bendiciones el valle.

Salmo 80:5-6.


Lectura diaria: Salmo 80:1-12. Versículo del día: Salmo 80:5-6.


ENSEÑANZA


Este Salmo lo comienzan sus autores en alabanza a la morada de Dios; exclamando y proclamando el anhelo de estar constantemente en su presencia. A Dios no le importa si somos en el mundo insignificantes como lo son ante las esplendorosas aves el gorrión y la golondrina. Éstas no tienen donde habitar y sin embargo “hallan casa cerca de tus altares” (v. 3), dice el verso. Nosotros ¿no valemos más que ellos? (Mt. 6:25-26). Cuando estamos cobijados bajo la sombra del Omnipotente, debemos tener la certeza de saber que el Señor está al tanto de los problemas y que Él puede convertir un valle de lágrimas en una rica región de manantiales. No importa que llegue lluvia tras lluvia porque en últimas serán las que regarán la tierra para que brote una gran cosecha. Esa tierra somos nosotros y esa cosecha las múltiples bendiciones que vendrán después de la tormenta. Puede que el Señor esté midiendo nuestra fortaleza: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza” (Pr. 24:10). Con esto no quiero decir que si de pronto un día te desanimas por una dura prueba, ya te va a caer todo el peso encima haciéndote creer que es vana tu fe. Insisto en esto, porque no soporto que me repiquen cuando por uno u otro motivo suelto el llanto, sobre la fe en mi Salvador. Entiendo perfectamente las situaciones y sé de antemano que la fortaleza no proviene de mi ser sino de Dios. Es el Espíritu Santo el encargado de renovarnos día a día, y darnos la templanza necesaria en cualquiera que sea la angustia vivida. Este Salmo puede tener como conclusión Mateo 6:33: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”. Terminemos igual que el Salmo de hoy, ¡Oh Dios!: Tú eres majestuoso y poderoso. Puedes hacer que hasta el ser más insignificante tenga el privilegio de acogerse a ti y empezar a convertir su llanto en manantiales de agua de vida para el sediento. Enséñanos a confiar en ti para poder exclamar ¡somos dichosos!


Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: