¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos.Juan 9:30.
Lectura: Juan
9:1-41. Versículo del día: Juan 9:30.
MEDITACIÓN DIARIA
Jesús sana a un ciego
de nacimiento, lo que provocó entre los fariseos celos y más desconfianza hacia
Él. Ellos por una parte no lo aceptaban como el Cristo y mucho menos creían en
sus milagros. Buscaban la manera de acusarlo para tener el pretexto de
arrestarlo. Así que no solo interrogaron una y otra vez al hombre sanado sino
también a sus padres. El que había sido ciego les responde sabiamente, dándoles
a entender que expresando ser discípulos de Moisés y ser tan versados en las
Escrituras cómo no saben nada de Él. Entonces lo expulsaron de la sinagoga (vv.
1-34). Jesús al encontrarlo nuevamente lo confronta y no solamente sus ojos
físicos lo ven sino también los espirituales. Lo reconoce como el Hijo del
hombre y lo adora (vv. 35-38). Algunos fariseos que aún se encontraban con Él, se
sintieron aludidos al decirles: “Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para
que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos” (v. 39). Indudablemente el
Señor les estaba hablando de la ceguera espiritual. Recordemos que los fariseos
hacían alarde de saber mucho pero practicar poco. Eran especialmente
hipócritas. Miraban la paja en el ojo ajeno sin ver lo que ellos tenían y de
este modo juzgaban a Jesús. Hay un dicho muy cierto que dice: ‘No hay peor
ciego que el que no quiere ver’. Tenían al frente al Salvador del mundo; le
siguieron y vieron sus milagros; conocieron sus enseñanzas y sabían que eran
verdad porque conocían las Escrituras. Sin embargo su corazón endurecido y
prepotente no les permitía ver con claridad quién era en realidad Jesús.
Igual pasa ahora:
muchos dicen conocerle y seguir sus enseñanzas pero no hay sinceridad en sus
palabras. Otros van errantes y tampoco quieren ni les interesa verlo. Unos más,
también tienen entenebrecido el corazón y por más que el Señor les demuestre su
amor, no le creen ni le siguen. Todos están llenos de ceguera espiritual. Tener
los ojos abiertos al Señor, es tener la mente, la voluntad, el corazón y los
sentimientos también abiertos a Él para recibirle, aceptarle, creerle y
adorarle como Dios, Señor y Salvador.
Revisemos nuestras vidas,
y si hay algo que nos impide verlo como lo que es, dejémonos limpiar y sanar
por el Único que puede abrirnos totalmente la visión: Jesús de Nazaret. Quizá
también estamos ciegos.
Amado Señor: Gracias
por hacernos entender que también somos ciegos espirituales porque no te amamos
como debiéramos hacerlo. Tal vez, igual solo miramos la paja en el ojo ajeno y
nos creemos más eruditos en la Palabra, sin darnos cuenta que estamos actuando ciegamente.
Perdónanos Señor y toca nuestros ojos de manera tal que te contemplemos en toda
la magnitud de quien eres. ¡Gracias por perdonarnos, limpiarnos y darnos
claridad buen Jesús!
Un abrazo y
bendiciones.
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