Los que viven, y sólo los que viven, son los que te alaban, como hoy te alabo yo. Todo padre hablará a sus hijos acerca de tu fidelidad.Isaías 38:19.
Lectura: Isaías
38:1-22. Versículo del día: Isaías
38:19.
MEDITACIÓN DIARIA
Estas palabras fueron
escritas por el rey Ezequías de Judá, cuando el Señor lo sanó y le permitió
seguir viviendo por quince años más. Brotaron de lo profundo de su ser al ver
maravillado lo que Dios había hecho por él. “Tú me devolviste la salud y me
diste vida. Sin duda, fue para mi bien pasar por tal angustia” (vv. 16b y 17).
Muchas veces se cree
que una enfermedad es simplemente un castigo y se reniega de Dios, se le pelea e
incluso es la excusa perfecta para alejarse de Él, sin darse cuenta lo que
envuelve en sí, el permitir el Señor pasar por esa dolencia. Muchas cosas se aprenden a través de una
enfermedad, si se busca el ‘para’ y no el ‘por qué’. El rey Ezequías reconoció que Dios lo había
guardado de la muerte y entiende que solo el que vive puede alabarle y adorarle,
y además de eso deja el testimonio para que los que vienen, vayan comprendiendo
la grandeza de Dios. No solamente lo sanó de su enfermedad, sino que no
permitió que Jerusalén cayera en manos del rey de Asiria, y para confirmar sus
palabras enviadas a través del profeta Isaías, hizo que la luz del sol
retrocediera diez gradas en la escala de Acaz; acontecimiento que ahora ha sido
confirmado por la Nasa.
Yo entiendo
perfectamente a Ezequías puesto que he visto la mano del Señor arrebatándole mi
vida a la muerte en dos ocasiones. Y así es: ¿cómo no alabarle y agradecerle
tanto bien? ¿Cómo no hablar y contar sus
maravillas no solo a los hijos sino a todos los que nos rodean para que le
conozcan y afiancen más su fe en Él? El
solo hecho de estar escribiendo estos devocionales es fruto de mi diagnóstico
de cáncer. Ahora toda la gloria es para
mi Señor que me amó tanto que quiso utilizarme en su obra y a través de algo
que me gusta, como es el escribir. Si esa
enfermedad era el trampolín para el Señor motivarme a hacer algo por Él, ¡bienvenida! Eso, citando solamente un detalle; hubo
muchos: el afianzarnos en oración familiar; el que otros lo conocieran; el
reconocer que proveyó para todo lo necesario en ese trance, y otras tantas que
ahorita se me escapan.
Mi recomendación si se
está pasando por algo parecido, es cogerse fuertemente de la mano de Dios;
entender que somos importantes para Él y que todo lo que nos pasa está incluido
en sus planes. Hay que buscar el ‘para’ y sacarle el mayor provecho.
Amado Señor: Muchas
gracias porque cada día que pasa puedo reconocer que eres no solamente mi
Salvador sino mi Sanador. Eres mi médico
por excelencia y creo, confieso y proclamo que todo lo puedes; que para ti no
hay imposibles. ¡Te adoro Señor!
Un abrazo y
bendiciones,
Dora C.
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