jueves, 17 de noviembre de 2011

Sembradores y cosechadores

¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura.
Juan 4:35b.


Lectura diaria: Juan 4:1-42. Versículo para destacar: Juan 4:35b.


ENSEÑANZA


En la lectura del día vemos la gran enseñanza dejada por el Señor a sus discípulos. Bien es sabido que los judíos y samaritanos no se hablaban entre ellos y había cierta discrepancia que los distanciaba enormemente. Jesús aprovechando que los discípulos habían ido a buscar comida al pueblo, se sentó junto al pozo de Jacob a descansar. Entabló conversación con una mujer pidiéndole un poco de agua a lo cual ella se escandalizó y le respondió: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tu eres judío y yo soy samaritana?” (v. 9). El Señor le habló proféticamente, le hizo ver su pecado y se le presentó como el Cristo esperado por todo Israel. Cuando sus discípulos llegaron se asombraron de lo visto pero no le hicieron ninguna pregunta al respecto.

Lo interesante de todo el relato y la enseñanza, es notar la compasión del Señor por aquella mujer con sed espiritual, ávida de una nueva vida donde pudiera estabilizar sus sentimientos y cómo el gran Maestro llegó hasta el fondo haciéndola recapacitar y sentir la necesidad de abastecerse de esa –agua de vida– ofrecida por Él (v. 15). Sus discípulos le insistían que comiera pero el Señor estaba sumergido en las palabras habladas con aquella mujer que corrió al pueblo a contar lo sucedido para que fueran a ver a Cristo, el Mesías esperado. Jesús sabía que no solo aquella mujer estaba sedienta; a su alrededor eran muchos los necesitados por eso les dijo a sus discípulos: “¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura” (v. 35b). “Yo los he enviado a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo. Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de ese trabajo” (v. 38).

El tiempo es igual; las necesidades de la gente apremian y se hallan buscando ansiosamente una mano bondadosa que les dé un poco de esa agua de vida para poder continuar su marcha. Es ahí donde el verdadero discípulo debe llegar sin tener en cuenta de quién se trata: igual puede ser un pordiosero como un rico empresario; un guerrillero como un paramilitar; un obrero como un funcionario público; un oficial o un policía. Todos, absolutamente todos necesitamos de Dios y si nosotros no vamos a ellos entendiendo que los campos están listos para recoger las gavillas, vendrán otros que se los llevarán y desviarán del camino verdadero. Es nuestra responsabilidad recoger esta cosecha y ponerla en el reino de los cielos. Hay que hablar con denuedo y compasión sea a tiempo o a destiempo porque: “A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más” (Lc. 12:48). No desaprovechemos la oportunidad bien sea de sembrar o de cosechar, ganaremos muchas coronas en el cielo.


Querido amigo(a): quizá estás como la mujer samaritana, sediento(a) y cansado(a) del camino. Quiero decirte que Cristo Jesús sacia toda sed, deja que Él venga a ti y te refresque con el agua de vida; tal vez otros te han hablado ya del Salvador del mundo y has titubeado en aceptarlo. No le des más vueltas en tu cabeza, decídete hoy a entregarle tu vida y el Señor mismo te guiará por la senda que buscas. Si es tu deseo podemos orar así:


Señor Jesucristo: Estoy abatido y fatigado y necesito de ti. Ven a mi vida y dame del agua que brota para vida eterna. Te acepto como mi Señor y Salvador; perdona mis pecados y condúceme por el camino de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por hacerlo, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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