martes, 30 de junio de 2009

Si el Espíritu nos da vida, andemos guíados por el Espíritu

Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros.

Gálatas 5:25-26.

El Espíritu Santo se manifiesta como persona porque posee voluntad, intelecto y sentimientos. No llegó de la noche a la mañana, Él participó en la creación del mundo. Además, la revelación bíblica es obra del Espíritu Santo. Fue Él quien inspiró a los autores humanos para que escribiesen lo correcto y es Él también quién da el discernimiento e ilumina a los que leen las Escrituras, para que la comunicación con Dios sea completa.

Fue el prometido Consolador dejado por el Señor Jesucristo, para que no estuviésemos solos después de su partida al cielo. El Espíritu Santo actúa en la vida del creyente regenerándolo; bautizándolo en el cuerpo de Cristo; morando en cada uno y sellándolo. Él enseña, guía y redarguye de pecado. De igual manera intercede por el creyente con gemidos indecibles en la oración; les hace fructificar; les reparte sus dones y les llena. Toda su plenitud, está disponible para el cristiano y se puede recurrir a ella cuántas veces lo considere necesario.

Indudablemente es el Espíritu quien nos da vida. Es el motor de nuestra vida cristiana, debemos buscarle y obedecer el mandato de ser llenos de su presencia. Jesús sabía que solos no llegaríamos a ninguna parte y fue a través de Él que los primeros cristianos revolucionaron el mundo. Entonces, dejemos germinar la semilla de su Espíritu en nosotros.

Bien relata un devocional de mi Biblia acerca de una señora quien tuvo un sueño, donde Dios hacía de tendero y ella le pedía paz, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de temor. Dios le respondió que no vendía frutos sino semillas. Esto es muy cierto. Si no tenemos la semilla del Espíritu Santo sembrada en nuestro corazón, nunca obtendremos frutos.

¡Manos a la obra! Empecemos orándole al Señor, pidiéndole la llenura de su Espíritu.

Precioso Espíritu Santo: Te pido que llenes completamente mi vida de tu plenitud. Guíame hacia toda verdad; siembra en mí corazón la semilla de tu Espíritu; permite que la cosecha sea abundante y ese fruto sirva para testificar y alcanzar a otros, llevándolos a los píes del Redentor. Te lo pido en el nombre de Jesús y con tu santo poder, amén.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia

lunes, 29 de junio de 2009

Y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero

Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero.

Gálatas 4:7.

El apóstol Pablo nos recuerda en este capítulo de Gálatas que al igual que Isaac, entramos a formar parte de la promesa (Gálatas 4:28). Fuimos adoptados como sus hijos y si ya somos hijos, Dios envía a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba! ¡Padre! Así como un hijo terrenal, puede acercarse a su padre y decirle “papi” o “papito”, nosotros también podemos dirigirnos a nuestro “Papito celestial”, porque eso es lo que significa “Abba”. Bueno, si somos hijos ya no somos esclavos y somos también herederos (Gálatas 4:5-7). Tal vez, nosotros no alcancemos a darnos cuenta de la magnitud que encierra ser hijos de Dios y por eso, pocas veces o nunca nos acercamos a nuestro “Papito Dios” con la confianza y la tranquilidad de saber que como buen padre, nos escucha y desea lo mejor; tampoco nos apropiamos de lo que tenemos como herencia.

¿De qué somos herederos? El patrimonio de Israel ha pasado en su totalidad a los cristianos por intermedio de Cristo. Jesús, ha sido constituido por Dios en heredero de todas las cosas, luego los creyentes, como hijos de Dios, somos herederos de Dios mediante Jesucristo. Entonces, somos herederos en primer lugar, del reino de Dios: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”. Mateo 5:34; herederos de la tierra: “Dichosos los humildes porque recibirán la tierra como herencia”. Mateo 5:5; herederos de la salvación. Hablando de Jesucristo dice: “Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida que el nombre que ha heredado supera en excelencia al de ellos”. Hebreos 1:4; herederos de la bendición: “más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición”. Hebreos 3:9b. Herederos de la gloria: “Y si somos hijos, somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria”. Romanos 8:17; y herederos de la incorrupción: “Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible”. 1ª. Corintios 15:50.

Además de todo esto, recordemos que entre nosotros no debe haber pobres porque el Señor nos colma de bendiciones en la tierra que nos da como herencia (Deuteronomio 15:4). El apóstol Santiago dice que no tenemos porque no pedimos y cuando pedimos lo hacemos mal. Si ya conocemos los derechos que tenemos como hijos, dirijámonos a nuestro “Papito celestial” con la seguridad que nos proveerá lo mejor.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia

domingo, 28 de junio de 2009

Haré de ti una nación grande y te bendeciré

Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.

Génesis 12:2.

Estas palabras se las dijo directamente Dios a Abraham, cuando lo llamó para que a través de él, tanto judíos como gentiles le conocieran. Digo gentiles (los que no somos judíos), porque en Gálatas 3:7 dice: “Por lo tanto, sepan que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe”. Nosotros vivimos por la fe en el Señor Jesucristo, “así sucedió, para que, por medio de Cristo Jesús, la bendición prometida a Abraham llegara a las naciones, y para que por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa”. Gálatas 3:14.

Al llegar a la iglesia, le dije al Señor que hablara a mi corazón a través de la predicación y en la alabanza le pedí, que permitiera que cantáramos algún himno de mis predilectos. Dios no se hizo esperar, como buen Padre, me complació. Trataré de hacer un compendio de todo lo aprendido.

La alabanza se cerró con la canción de Jesús Adrian “Por un destello de tu gloria”. Debo decir, que esta canción me quebranta totalmente. Al inicio de mi proceso cuando me pre-diagnosticaron el cáncer de seno, estaba escribiendo uno de mis primeros “devocionales compartidos” cuando sonó esta hermosa melodía de adoración. En esa ocasión sólo atiné a decir: “Si Señor, no importa lo que tenga que pasar, ni lo que tenga que esperar. Si esto es lo que necesito para poder estar en tu presencia, así sea un instante, ¡hazlo!”. A lo largo de casi un año que llevo con ires y venires propios del tratamiento, en mi afán por salir pronto de esto, he tenido que sentarme muchas veces y volver a decirle al Señor “es en tu tiempo, no en el mío. No importa lo que tenga que esperar ni lo que tenga que pasar”. Lo lindo de todo, es que si no fuera por esta situación, no hubiera podido tener momentos tan especiales con mi Señor.

Escuchando la predicación, que entre otras cosas, tenía que ver con lo que estoy leyendo en Gálatas, supe que Dios no se equivoca. En cuanto a mi vida espiritual, el último año, ha sido todo nuevo para mí. Hoy entendí que soy llamada a bendecir “¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!”. Génesis 12:3. Ansío con todo mi ser, que estos devocionales lleguen al corazón de cuantos los leen y sean de gran bendición para sus vidas.

También deduje que en definitiva, asistir a la iglesia es una dicha. Generalmente, es un refrigerio para mi alma. Con frecuencia criticamos a los pastores y líderes y decimos que nos aburre ir, por tal o cual cosa. Yo les insto a que nuevamente se motiven y asistan. No existe iglesia ni congregación perfecta, como tampoco ninguno de nosotros es perfecto. La perfección la hallaremos en el cielo, cuando nos reunamos con el Señor, pero mientras estemos aquí, seamos solícitos y no dejemos de congregarnos, porque nos perdemos enormes bendiciones.

Por último, recuerda: tú, puedes ser bendición para otros. Dios te bendice para que tú bendigas.

Un abrazo y bendiciones.

sábado, 27 de junio de 2009

Más preciosa fue para mí tu amistad

¡Cuánto sufro por ti, Jonatán, pues te quería como a un hermano! Más preciosa fue para mí tu amistad que el amor de las mujeres.

2ª. Samuel 1:26.

Jonatán, ¡el gran amigo de David! A pesar de ser hijo del rey Saúl quien se convirtió en enemigo de David porque sabía que Dios le pasaría el trono a él, nunca falló en su fidelidad a la amistad que desde temprano se había sembrado en ellos. Jonatán, fue el amigo de las luchas, el amigo quien habló a su padre Saúl a favor de David para que no le hiciera daño. El amigo que lo salvó de la muerte al esconderlo en el campo y permitirle se alejara hacia otra ciudad para preservar su vida. El amigo con quien hizo un pacto y no lo violó.

¿Hay en tu vida algún Jonatán? Estoy segura que lo hay, y no uno sino muchos. Personalmente, doy gracias al Señor por haber puesto a mi lado verdaderas amistades. Amigas que se han convertido en hermanas. Familiares, convertidas en amigas o amigos. Solamente cuando pasamos situaciones difíciles, podemos entender el valor de la amistad. Gracias a Dios por todos esos angelitos que Dios dispuso para mí, y quienes de una u otra forma me tendieran su mano. Este devocional va dirigido a cada uno de ellos. No escribo sus nombres aquí porque el espacio es muy pequeño, pero quiero que sepan que en mi corazón siempre habrá un lugar especial para cada uno y en mis oraciones diarias persistentemente estarán presentes.

Si por diversas circunstancias tenemos que alejarnos, aún en la distancia en mi memoria, quedará grabado su recuerdo y estaré lista para compartir con ustedes sus alegrías y tristezas. Como dice la señora Hilda de Laffitte en su devocional, “alegría compartida es doble alegría, y dolor compartido es la mitad del dolor”.

Señor: Hoy te elevo mi oración por todas mis bellas amistades, quienes sin apego a su tiempo, a lo material y a sus vidas, me ofrecieron de manera incondicional el apoyo moral, espiritual y físico cuando lo necesité. Te ruego mi Señor, tiendas tu mano prodigiosa en cada uno de ellos y les retribuyas con tu amor y como tú lo sabes hacer, sus maravillosas acciones de hermandad. En el nombre de Jesús, amén.

Mi consejo: Si tienes un amigo, no lo uses porque se desgasta. Guárdalo en el cofre de tu corazón, como el tesoro más preciado.

Un abrazo y bendiciones.

viernes, 26 de junio de 2009

Reconocer que nadie es justificado por las obras

Sin embargo, al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús.

Gálatas 2:16.

Somos salvos por la fe en Jesucristo, por regalo de Dios, no por obras. Al reconocer la justificación de Dios, dice Pablo, estamos aceptando también que somos pecadores. El único que puede justificarnos es el Señor. Por consiguiente, el cielo estará lleno de pecadores, pero pecadores arrepentidos, lavados y justificados con la sangre del Cordero.

Esto quiere decir que desechamos el pecado y deseamos vivir para agradar a nuestro Dios. Ya no vivimos con el ego predominante de nuestra vida pasada porque nuestro vivir está en Cristo. Él reinará en nuestros corazones y con su Espíritu nos guiará a toda verdad. De lo contrario estaríamos echando por tierra el sacrificio de Jesucristo y rechazando la gracia de Dios.

En conclusión, la justificación depende de la gracia divina para evitar cualquier jactancia humana. Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio por el cual Dios la imparte. Esta fe se describe como creer en Jesucristo y confesarlo con nuestra boca como Señor. La fe une al creyente con Cristo mediante el Espíritu Santo.

¿Deseas que Jesucristo te justifique con su sangre? Entonces, por fe, confiésalo y dile que reconoces lo hecho por ti.

Amado Jesús: Reconozco que soy pecador. Tenía el falso concepto de la justificación por las obras, pero hoy entiendo que solamente tu bendita sangre derramada por mí en la cruz puede justificarme. Acepto ese maravilloso regalo que me das y te recibo en mi vida como Señor y Salvador. Gracias por perdonar mis pecados, por la vida eterna que me ofreces y por darme todo el poder de tu Santo Espíritu. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia